Cuenta una leyenda de Zacatecas que en el año de 1696, Pedro de Quijano decidió que su hija María Leonor debía casarse con el minero Juan Antonio de Ponce y Ponce, quien era, además, dueño de la Hacienda de San José. La hija se negó rotundamente a obedecer la voluntad de su padre, y alegó que prefería meterse a monja o morir, antes de casarse con un viejo de cincuenta años, viudo y feo. Por otra parte, la bella joven estaba enamorada de un galán llamado José Manuel Zamora, ahijado de una amiga de la madre de María Leonor: doña Catalina de Sandoval, quien había prometido, antes de su fatal muerte, que velaría por su felicidad. Doña Catalina era rica y pensaba donarle a José Manuel toda su fortuna cuando muriese.
El padre de la muchacha insistía en que aceptara al viejo viudo, pues los problemas económicos no le dejaban vivir en paz. Entonces, ordenó a una mulata que era bruja, que siguiese a su hija, para conocer la razón se su persistente negativa matrimonial. La mulata le informó que todos los días que iba a misa la joven era seguida por un galán, y que al llegar a la pila de agua bendita, le ofrecía el agua sagrada con sus dedos y luego la acompañaba de regreso a casa. A más, le comunicó que todas las noches los jóvenes enamorados se veían en una reja que estaba detrás de la casa para platicar y pelar la pava.
Al conocer lo que acontecía con su hija y su enamorado, don Pedro, furioso, le pidió una entrevista al alcalde mayor, don Juan de León Valdez. Al recibirlo, inmediatamente le comunicó al alcalde mayor que un joven quería asesinarlo para quitarlo de su cargo público y que se trataba de un boicot organizado por los que estaban en contra de las autoridades españolas de la Nueva España. El alcalde mayor no dudó de las palabras de don Pedro, pues le tenía en gran estima, y ordenó la inmediata aprensión de José Manuel Zamora. Cuando llegó al crucero de Quijano, le entregaron una carta a José Manuel que guardó, sin leerla, en el bolsillo. María Leonor abrió en ese momento la ventana, y vio como unos guardias apresaban a su amado. Loca de dolor y miedo por su galán, la joven acudió a su adoratorio particular. Se topó con su padre, quien al verla le dijo: -¡Hija mía, el Cielo siempre castiga la desobediencia.
Pasados tres días, se alzó el cadalso frente a la casa de María Leonor donde iba a ser ejecutado José Manuel. Pálido y demacrado, pero digno, el muchacho subió las escaleras del cadalso con un crucifijo en las manos, lo besó y dirigió una última mirada a la casa de su amada. Todo había acabado: el joven fue ejecutado sin piedad.
Pocas horas después, María Leonor ingresaba al Convento de la Merced, donde murió muchos años después en olor a santidad. La plazuela donde falleció el valiente José Manuel llevó desde entonces el nombre de Plazuela de Zamora.
Sonia Iglesias y Cabrera