A los diez años la madre de maría la envió a vivir con su tía, una mujer muy enferma e incapacitada que tenía un hijo de mala entraña, y vivía en el pueblo de La Noria, Guanajuato. María se fue a la casa de su tía muy contenta por poder ayudarla, pues su hijo no lo hacía para nada. La enferma mujer era dueña de un terreno muy grande que el mal hijo estaba ansioso por heredar. La llegada de su prima no le gustó para nada y empezó a hacerla la vida pesada.
Una cierta noche, el hijo llegó borracho a la casa y arremetió contra su madre y su prima. La madre lo corrió y le dijo que no se apareciera hasta que se le hubiese bajado la borrachera. El hijo se alejó diciéndole a su progenitora que ojalá se muriera pronto. Al otro día, cuando María fue por las tortillas, escuchó que todo el pueblo se había dado cuenta del escándalo y que había escuchada a la Carreta de la Muerte. La pequeña no entendió a que se referían las personas con esos de la Carreta de la Muerte. Cuando llegó a la casa de su tía le preguntó. Al escucharla, la mujer se santiguó y le contestó que cuando pasaba la famosa carreta por el pueblo era porque alguien seguro iba a morir. María se asustó mucho, pues pensó que la que podría morir sería su enferma tía. Por la tarde regresó el hijo muy enojado y reclamándole a su madre el haberlo corrido para después haberlo ido a buscar gritándole por los montes y las calles del pueblo. La tía negó que lo hubiese ido a buscar. El joven, indignado, abandonó la casa y no regresó a dormir.
Al otro día, María fue por las tortillas y oyó que las personas comentaban que la Carreta de la Muerte se había dirigido a la cabaña del huerto de la casa de su tía, Cuando regresó, estaba muy preocupada, pues suponía que la muerte se acercaba cada vez más a la casa de su tía. Entonces pensó que debía comunicarle el hecho a su primo, pues se estaba quedando en la cabaña del huerto, y si llegaba a ver la Carreta de la Muerte, ésta se lo llevaría, pues nadie podía verla sin morir. Cuando llegó con su primo y le comunicó su temor, éste la corrió de mala manera. Por la noche, el muchacho fue a la casa de su madre, y tomando del pelo a María le prohibió que lo siguiera molestando con sus cuentos tontos. La tía trató de defender a su sobrina, pero no pudo y cayó al suelo. El mal hijo salió huyendo creyéndola muerta y no volvió por varios días.
Una tarde volvió reclamándole a su madre que no lo anduviese buscando, cosa que la mujer no había hecho. Le pidió a su hijo que cuando estuviera en la cabaña del huerto no le abriese la puerta a nadie. Pero esa noche los perros empezaron a aullar en el huerto y el muchacho, furioso, salió a asustarlos y a amenazarlos. Como no vio a nadie, volvió a entrar en la casa. Un fuerte aire soplaba. Todo el pueblo escuchó el escándalo que provocó un fortísimo grito que provenía de la cabaña. La tía le pidió a María que fuera a buscar a los vecinos para ver qué sucedía. Cuando llegaron a la cabaña se encontraron en la puerta al joven con el cuello partido y con una mueca de terror absoluto. La tía y la sobrina comprendieron que la Carreta de la Muerte lo había matado.
Desde entonces, cada vez que una persona va a morir se escuchan los ruidos de las ruedas de la carreta, las patas de los caballos al pegar en las piedras del suelo… y los terribles aullidos del mal hijo que deseaba la muerte de su madre para heredar sus tierras.
Sonia Iglesias y Cabrera