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La Danza del Tecuán

En Axochiapan, localidad que se encuentra hacia el sureste del estado mexicano de Morelos, y cuyo nombre significa “flor de agua”, se acostumbra bailar la Danza del Tecuán -o de los Tecuanes, como se conoce en algunas otras regiones- durante las celebraciones comunitarias, como por ejemplo cuando se celebra la feria anual o la fiesta del santo patrono. Se trata de una danza que tiene varias características prehispánicas, bailada sobre todo por grupos nahuas. En dicha danza se escenifica la caza por un grupo de personas que intentan atrapara a un tecuani, tigre u ocelote, que se come a la gente y a los animales.

La Danza del Tecuán ha dado lugar a una leyenda que cuenta que hace mucho tiempo en la región de Axochiapan existían muchas fieras que se comían a los animales de los campesinos, pero aunque este hecho resultaba molesto para los habitantes de los poblados y las ranchería, siempre era posible cazarlos y matarlos para terminar con el problema.

Sin embargo, en cierta ocasión apareció un animal de uña que era muy grande y muy astuto y empezó a devorar animales. Por más que trataban de matarlo, los campesinos no lo lograban encontrar para liquidarlo y detener sus tropelías que afectaban mucho los intereses económicos de los implicados. No solamente se comía a los animales pequeños, sino también llegó a devorarse a los humanos.El Tecuán

Los indígenas cansados de tratar de atrapar al tecuán sin ningún resultado positivo, decidieron ir a ver al Señor del Monte para pedirle su ayuda. El Señor del Monte aceptó ayudarlos, pero a cambio de la ayuda les pidió mucho dinero, ya que se trataba de una empresa que no se presentaba nada fácil.

El Señor del Monte se abocó a la tarea de dar muerte al tigre, pero fracasó rotundamente. Entonces se puso a pensar que él solo no podría realizar dicha tarea, y que le era necesaria la ayuda de más personas. Se dirigió al pueblo a hablar con los campesinos y les explicó que necesitaba ayuda comunitaria si querían atrapar al animal de uña.

Les ordenó que cada persona debería disfrazarse de alguna cosa. Ya todos de acuerdo, algunos se disfrazaron de árboles, otros de piedra, de animales o de alguna planta. Por la noche colocaron animales de verdad al centro de un terreno y los disfrazados se pusieron alrededor de ellos. Así estuvieron haciéndolo durante varias noches, hasta que por fin en una de ellas el animal de uña se acercó y entró hasta donde se encontraban los animales reales. En cuanto estuvo dentro, los campesinos cerraron el círculo para impedir que el tecuán huyese. Cansado de intentar defenderse el tigre quedó sin fuerzas y lo pudieron atrapar.

Los campesinos estaban tan contentos de haber atrapado al devorador que decidieron hacer una gran fiesta que duró ocho días. En la fiesta representaron la hazaña que habían logrado y la escenificaron disfrazados para que todo el pueblo se enterara de lo difícil que había sido atrapar al depredador. Bailaron al son de una flauta fabricada con carrizo y de un tambor.

Desde aquellos remotos tiempos la Danza del Tecuán se sigue bailando y escenificando, para que los descendientes de aquellos valientes nunca olviden la gran victoria de sus ancestros.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los ahorcados

En el pueblo de Jiutepec, Lugar de las Piedras Preciosas, sito en el estado de Morelos, vivía una familia que contaba con una buena situación económica y podía decirse que eran felices. La familia estaba extrañada porque oían ruidos misteriosos en el patio de atrás. Uno de los muchachos de la familia, que era bueno y amable, le dijo a su padre que escarbaran en ese sitio porque tal vez encontraran un tesoro, pero señor se negó.

En una ocasión la familia completa se fue de paseo a México, solamente se quedó en la casa el chico mencionado, y decidió escarbar en el patio aprovechando la oportunidad. Llamó a unos amigos suyos y se pusieron a trabajar. Nada encontraron de valor, sólo una calavera bajo un árbol. Asustados por el hallazgo, volvieron a enterrar la calavera y se fueron.

Desde ese momento, el muchacho de la casa escuchaba una voz de ultratumba que lo llamaba: – ¡Ven, ven, ven! decía la voz. El carácter del chico cambio por completo: se volvió peleonero, retobado y grosero. No quería hacer nada. Dejó de estudiar. Los padres le llevaron con un psiquiatra para que lo curara, pero fue un fracaso.

La casa maldita

Tan mal se encontraba el muchacho que una mañana se ahorcó en el mismo árbol donde habían encontrado la calavera. La familia abandonó la casa. Tiempo después se rentó varias veces, pero los inquilinos no duraban nada viviendo en ella, se mudaban en seguida. Algo raro había en esa casona. Incluso, dos personas más se ahorcaron en el mismo árbol. El propietario ordenó que se quitara el árbol, y echaron agua bendita en todo el patio y principalmente en el hoyo que dejó el árbol. Pero todo siguió igual. Se seguía escuchando la voz de ultratumba que decía: – ¡Ven, ven, ven!

El dueño de la casa decidió venderla. Pero todos conocían la fama de la morada y nadie la quiso comprar por muy barata que estuviese, pues su valor bajo mucho. Como Jiutepec empezó a crecer y crecer, unos fraccionadores compraron la casa para construir unos condominios en el sitio. Todos los departamentos se compraron… Pasado un cierto tiempo, dos personas más se ahorcaron en los departamentos que correspondían al lugar del patio trasero. ¡La maldición seguía!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Un bebé truculento

Cerca de la ciudad de Cuautla en el estado de Morelos, existe la llamada Ex Hacienda de Coahuixtla, la cual fue fundada por frailes dominicos en el año de 1587, misma que hoy se encuentra abandonada, ruinosa y pintarrajeada. En sus buenos tiempos esta hacienda fue muy próspera, y una de las más importantes de la región. En ella laboraba una mujer extraordinariamente hermosa. Por supuesto que los pretendientes no le faltaban; sin embargo, la bella mujer no le prestaba atención a ninguno; bien porque no le gustaran, bien porque no los consideraba a su altura.

Un día que se estaba bañando en el río, se encontró con un hombre que tenía toda la facha de forajido. Iba montado en un hermoso caballo negro de considerable tamaño. Al verla, el jinete se ofreció a llevarla a su casa, pero la dama se negó. Finalmente, ante la insistencia del hombre aceptó y se montó a la grupa del equino.

Al llegar a la hacienda se despidieron y la joven pensó que ahí terminaba toda relación. Sin embargo, el jinete del caballo negro volvió varias veces a buscarla para cortejarla, hasta que logró hacerla su amante. Poco después, la chica quedó embarazada, y el galán puso pies en polvorosa y desapareció.

La abandonada Ex Hacienda de Coahuixtla

Cuando la mujer cumplió seis meses de embarazo, el niño nació. Era un bebé muy listo, diferente a los demás niños, raro. Cuando el muchachito cumplió seis meses de edad, la madre decidió bautizarlo y escogió como madrina a su mejor amiga. Cuando se dirigían a la iglesia donde iba a tener lugar la ceremonia bautismal, la madrina llevaba en brazos al nene. Cuando estaban por cruzar un río el niño habló y dijo: -¡Madrina, ya soy capaz de hablar, incluso tengo dientes, y tengo la intención de matarte! Dicho lo cual dio un brinco, saltó al río, se metió en una piedra y desapareció.

Este extraño personaje se trataba nada menos que del hijo del Diablo. Todos sabían en la región que el pequeño Diablito se aparecía en la hacienda, hacía travesura y media, asustaba a los trabajadores, e incluso mataba a las personas que pasaban junto a él.

En estos tiempos, el Diablito maligno vive escondido en los túneles de la antigua hacienda, y sale para efectuar sus fechorías por las noches y aun a pleno día. En ocasiones se pone a llorar con su llanto de bebé por los caminos de la región; cuando alguien le encuentra y lo levanta en brazos para llevarlo a algún hospital o a la policía, el Diablito lo muerde con sus dientes, lo cual ocasiona mucho daño, ya que cuenta con varias hileras de ellos. Una vez que mordió a la persona elegida, con voz ronca e impropia de un nene, dice una sarta de groserías, amenazas y maldiciones. Es un ser terrible y maligno que nadie desea encontrarse.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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«¡Ven, ven, ven, ven…!»

En el pueblo de Jiutepec, localizado en el estado de Morelos, se cuenta una leyenda acerca de una familia que vivía en una bonita casa. Se trataba de una familia de buenos recursos económicos. Vivían tranquilos y felices. Una cierta noche, uno de los de los hijos escuchó ruidos inexplicables en el patio trasero. Inmediatamente acudió ante su padre y le dijo que debían escarbar en el patio, porque tal vez se encontrara enterrado un tesoro, pues era bastante común que los espíritus avisasen de la existencia se riquezas escondidas. Pero el padre se negó a tamaña empresa, por costosa y latosa.

Un fin de semana en que el joven se quedó solo en la casa, llamó a sus amigos para que le ayudasen a escarbar. No encontraron ningún tesoro, solamente una calavera enterrada cerca de un árbol. Desde entonces, el joven oía una voz de ultratumba que le llamaba insistentemente. Su carácter cambio, se hizo peleonero y flojo, y abandonó sus estudios. Sus padres estaban muy preocupados y le llevaron a ver a un psiquiatra, quien no lo pudo ayudar en nada. Pasado un tiempo, el atormentado muchacho se colgó del árbol que estaba en el patio trasero, justo en donde habían encontrado el esqueleto.

Ante tamaña tragedia, la familia se mudó de casa y se fue a vivir a Cuernavaca. La casa estuvo abandonada durante mucho tiempo, pero al final se rentó. Sin embargo, todos los que la rentaban, parecían sentirse muy incómodos en ella, y la dejaban pasado cierto tiempo. En la casa embrujada se habían ahorcado en el mismo árbol dos personas más, aparte del joven, por lo que la casa agarró fama de maldita.

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El joven pende del árbol del patio trasero de su casa.

Por fin la casa fue adquirida por una inmobiliaria que la compró a muy bajo precio, para construir unos condominios. Los ruidos cesaron y la macabra voz también; sin embargo, los habitantes de Juitepec aseguran que en esos edificios ya van dos personas que se han matado ahorcándose…

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Ojito de Agua de Totolapan

El pueblo de Totolapan se encuentra situado en el norte del estado de Morelos, se trata de un pueblo chiquito de tan solo nueve mil habitantes. Su nombre significa “totol en el agua”. Su tradición oral es muy variada, y a las leyendas le llaman “encantos”.  Una leyenda nos narra que en el siglo XVII, había en la iglesia del pueblo un hermoso Cristo, al que todo el pueblo adoraba por milagroso. En una ocasión el Cristo fue robado por los que habitaban en el poblado de Iztapalapa, a fin de que detuviese una terrible epidemia de peste bubónica que les aquejaba.

Pero el Cristo no estaba conforme con el cambio, y cierto día apareció al lado de él, en el altar donde fuera colocado, una carta que decía: -¡Por favor, llévenme a Totolapan, a mi pueblo, pues yo no soy de acá! Así sucedió varias veces, junto al lastimero Cristo aparecía la fatídica carta pidiendo que lo llevasen a su pueblo de origen: Totolapan.

Después de mucho pedir a los ladrones de Iztapalapa que devolviesen el Cristo, decidieron llevarlo de vuelta a Totolapan. En el viaje, emprendido por toda una procesión encabezada por el Nazareno, los que lo llevaban cargando tenían muchísima sed, los peregrinos se desmayaban de sed, y todos se encontraban desesperados porque no encontraban agua y creían que morirían; entonces, el sacerdote que los iba guiando se hincó para rezar y, en ese momento,  escuchó la voz de la imagen de Cristo que les decía: -¡Aproxímense, porque aquí hay agua!

La iglesia donde se encuentra el Cristo de Totolapan

En una ocasión, un rico hacendado quiso desviar el agua para llevársela a su hacienda y regar sus plantíos, pero el ojo de agua inmediatamente se secó, como por arte de magia. Cristo no brindaba el agua para una sola persona, sino para calmar la sed de quien la necesitara en el camino.

El Cristo regresó a Totolapan, donde se encuentra hasta ahora, donde sigue haciendo milagros a quien se lo solicita debidamente, y el ojo de agua ha vuelto a tener agua para quien la necesita.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El bastardo travieso

Cuenta una leyenda del estado de Morelos, que en las afueras del pueblo de Cuautla sucedió un hecho muy extraño hace ya cerca de un siglo. En una casita de ladrillo y tejas vivía un matrimonio aún joven. Ella, de nombre Eufrasia, era delgada y agraciada; él, llamado Ernesto, tendía a la gordura sin dejar por ello de ser atractivo. Pero Eufrasia no estaba muy contenta, pues su marido no la atendía como debía, sino que pasaba mucho tiempo fuera de casa y se olvidaba de ella, razón por la cual la mujer se encontraba muy molesta.

Ni que decir tiene que la mujer estaba muy triste y desilusionada de Ernesto. Una noche que se encontraba especialmente aburrida y desesperada, al ver que su marido no aparecía por la casa, decidió dar una vuelta por el campo. De repente se encontró con un hombre muy alto y sumamente atractivo que se ofreció a hacerle compañía, y a acompañarla de regreso a su casa. La joven aceptó. Después de este primer encuentro, se reunían todas las noches a platicar. Hasta que un día Eufrasia hizo el amor con el desconocido.

Al cabo de unas semanas, la muchacha se dio cuenta de que estaba embarazada. En su desesperación decidió decirle a Ernesto que el hijo era suyo. El hombre se creyó el cuento. La infiel mujer nunca volvió  a ver al desconocido. Pasados unos meses la joven dio a luz a un niño, de ojos negros y pelo como el azabache.

Retrato del bastardo travieso

Decidieron bautizarlo en la Iglesia de Santiago Apóstol un día viernes por la mañana, en que el sol brillaba esplendoroso. Cuando el sacerdote estaba por derramar el agua bendita en la cabeza del pequeño, éste pegó tremendo salto de los brazos de su madrina, y salió corriendo del templo ante el azoro de los asistentes a la ceremonia.

Nunca más lo volvieron a ver. Sin embargo, la conseja popular cuenta que son ya muchas las personas que han visto al niño del pelo negro, ojos de azabache, y pequeñas protuberancias en la frente saltar por el campo y la ciudad, divirtiéndose con tremendas travesuras que les hace a los habitantes de la región. Las travesuras unas veces son simpáticas y otras llegan a ser crueles; como aventar culebras venenosas a los distraídos o arrojarles espinas dañinas a las mujeres; por eso nadie quiere toparse con el bastardo travieso.

Sonia Iglesias y Cabrera