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La patada

En las postrimerías del siglo XIX, vivía en la Calle de la Pendiente Verónica Herrera, joven linajuda de dieciocho años comprometida con Ramón Leal del Campo, caballero emparentado con el conde de Súchil. Toda la sociedad durangueña estaba emocionada con la próxima boda de la pareja. Las jóvenes se habían apresurado a encargar hermosos y caros vestidos para la ocasión, y la madre de la novia había preparado una lista de complicados y exquisitos platillos que brindaría a los invitados. Las bebidas eran de lo más exquisito y selecto. La casa había sido arreglada con todo esmero para la ocasión. Verónica encargó un bello y suntuoso traje de novia a la costurera más famosa de la ciudad de Durango.

La boda tendría lugar el 5 de noviembre.  El día 2 Verónica, su familia y un grupo de amigas acudieron al Panteón de Oriente a rendir tributo a los muertos y ver las ofrendas. Sin embargo, la novia no pensaba sino en su próxima boda y no le importaba para nada el tan sagrado día. Ese día de casualidad la chica se encontró una calavera junto a un sepulcro, y Verónica al verla le dio una tremenda patada al tiempo que le decía: – ¡Te espero en mi boda! ¡No vayas a faltar! Este acto irrespetuoso fue observado por algunas personas.

Por fin llegó el 5 de noviembre. La novia vestida con la ayuda de sus amigas, estaba esplendorosa y bella. En la iglesia se escuchaba la música de órgano y todo estaba elegante y listo para la ceremonia. Los novios se encontraban hincados frente al altar escuchando al cura decir su tradicional discurso que a todos hizo llorar de emoción.

La calavera pateada

En la primera fila de los bancos, se encontraba un pálido caballero vestido todo de negro. Pero su traje, cara y cabellos presentaban algo de polvo blanco. Todos le miraban y sentían un inesperado miedo, a la vez que respeto. El misterioso hombre se mantuvo hincado durante toda la ceremonia, Cuando ésta terminó, el hombre de negro se acercó a los novios y los felicitó.

Cuando los recién casados llegaron a la casa donde se celebraría el ágape, se dieron cuenta de que entre los invitados estaba el hombre de negro polvoriento. La orquesta de músicos empezó a tocar un vals: la novia bailó con su suegro y el novio con su suegra. Después, amigos y familiares se turnaban para bailar con la recién casada.

De pronto, el misterioso hombre de negro tomó la mano de la muchacha y danzó con ella. Al segundo le preguntó: – ¿No me reconoces? ¡Soy tu invitado! Ante estas palabras Verónica hacía esfuerzos por recordar el rostro de hombre, pero no lograba dar con su identidad. Le respondió: -Usted me disculpara, pero no sé quién es. A lo que el hombre respondió: -Hace tres días me invitaste a tu boda y me dijiste que no faltara! En ese mismo momento y ante el pasmo y terror de todos los invitados, el hombre de negro se transformó en una horrenda calavera. Verónica cayó al suelo muerta: el corazón se la había parado de la terrible impresión. Muy caro pagó la joven novia el haberse burlado de los muertos en el panteón al haberle propinado una irrespetuosa patada a uno de los difuntos.

Aún ahora, después de haber transcurrido tantísimos años de la muerte de la pobre Verónica, se puede ver en la casona de los Herrera a una pobre mujer que danza en el gran salón de fiestas vestida con un albo y suntuoso traje de novia.

Sonia Iglesias y Cabrera.

 

 

 

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La novia burlada

Tiltepec es un pueblo que se encuentra en el estado de Chiapas, en el Municipio de Jiquipilas. Se trata de una localidad pequeña, pero con una fuerte tradición oral. De ahí proviene la leyenda que vamos a relatar.

En Tiltepec vivía una pareja de enamorados, muy conocidos en la comunidad, pues ella era muy bella y él muy apuesto galán, y ambos pertenecían a buenas familias. La más enamorada de la pareja era la muchacha. Estaban prontos a contraer matrimonio, a la ceremonia estaba invitado todo el pueblo. Todo marchaba a la perfección. Sin embargo, un día antes de la boda, la joven decidió ir a visitar al novio a su casa, aun cuando según dictaba la tradición eso no debía de hacerse, pues era creencia que traería muy mala suerte. A pesar de todo, la joven contravino la norma y se dirigió a la casa de su adorado novio, pues se moría de ganas de verle.

Al llegar a la casa tocó a la puerta, y como nadie acudió a abrirle, entró hasta la recámara. Al ver la cama se llevó tal sorpresa que estuvo a punto de desmayarse, pues en ella se encontraban su prometido haciendo el amor con su mejor amiga. Al verlos, la novia fue al patio por un grueso palo, regresó a la recámara, y mató a palos a los infieles, quienes ni siquiera alcanzaron a defenderse ante tan salvajes y certeros golpes. Una vez cometido su crimen, la desilusionada muchacha se puso a llorar y regresó a su casa.

La pobre novia burlada

Al siguiente día, la mañana del casamiento, la joven se presentó en la iglesia vestida de novia y acompañada de sus padres que nada sabían de lo que su hija había hecho. Esperaron los concurrentes la llegada del novio en el interior de la iglesia. El tiempo pasaba y el muchacho no se presentaba. Dos horas después, los invitados empezaron a reír y a burlarse de la atribulada novia. La situación les parecía muy graciosa. Llorando de rabia, la mujer se salió de la iglesia al tiempo que profería una terrible maldición a los asistentes: -¡Por haberse burlado y reído de mí, yo los maldigo, y todos ustedes encontrarán una pronta muerte! Y efectivamente así sucedió. En el lapso de un mes todos los invitados habían muerto de manera misteriosa.

Desde ese nefasto día de la boda frustrada, a partir de las nueve de la noche se oyen en la iglesia voces que gritan: -¡Que vivan los novios! ¡Arriba los novios! Y si alguien llega a escuchar el repiqueteo de las campanas, inmediatamente se muere y su fantasma rondará en la iglesia para siempre.

Sonia Iglesias y Cabrera