En el año de 1708, vivía en Santa María de los Lagos, Jalisco, una bella joven mestiza llamada Francisca de Orozco. Su padre había sido un rico español y su madre una pobre india de la región. Todos los días acudía al Templo de la Asunción a oír misa, pues era devota.
En una ocasión en que se encontraba parada en el atrio de la iglesia una mujer española, rica y de alcurnia, se detuvo frente a ella y a voz en cuello la empezó a insultar acusándola de haber asesinado a una de sus criadas por medio de sus artes de hechicera.
Desde ese momento Francisca odio con toda su alma a la mujer que llevaba el nombre de San Juana de Isasi, y deseó vengarse lo más pronto posible de sus acusaciones. Y efectivamente, la joven mestiza sabía mucho de hechicería gracias a su madre que le había enseñado desde pequeña las artes de la brujería.
Un día, cuando se encontraba en su humilde casa, Francisca se puso a preparar una sustancia con la yerba llamada ololinque (ololiuhqui), a la cual también se le daban los nombres de Planta Sagrada y Hierba de la Culebra. Cabe mencionar que la tal planta estaba prohibida por la Santa Inquisición, ya que se le consideraba una planta demoníaca, por sus terribles efectos alucinógenos.
Francisca tenía mucho cuidado en la preparación de los menjurjes que preparaba con la hierba. Ya que terminó de elaborar el fatal brebaje empleando para ello nueve de sus granos, se lo entregó a Mariana, su amiga africana quien trabajaba como esclava en la casa de San Juana. Ella era la encargada de llevarle los alimentos a su ama, y como ésta la trataba de lo más mal, también la odiaba tanto como su amiga mestiza.
A la hora de la comida, Mariana puso parte del brebaje en el postre de leche de su ama, a quien le gustaba mucho y aun repitió ración. En seguida, la dama española arrojó espuma por la boca, el rostro se le llenó de sangre y corría desesperada por toda la casa al tiempo que repetía: – ¡Francisca, Francisca Orozco!
Mientras esto acontecía, la joven mestiza observaba a la española desde el huerto de la casa convertida en un gran tecolote. En un momento dado, Francisca-Lechuza se llevó en sus garras el cuerpo sin vida de la infeliz y malvada mujer, y dejó colgando en una rama su par de ojos azules.
Francisca había cumplido su venganza. Sin embargo, al día siguiente los familiares de la Santa Inquisición llegaron a la choza de la mujer y se la llevaron. Después de torturarla por varios días, la chica fue quemada en una hoguera en la plaza de la pequeña ciudad de Santa María de los Lagos.
Sonia Iglesias y Cabrera