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El Águila, el Conejo, y el Venado

Cuenta una leyenda tepehuana del estado de Durango, que un cierto día el dios Sol decidió crear a los hombres. Muy contento comunicó su decisión a la Estrella de la Mañana. Iba a crear siete pueblos. Cuando el Sol estaba platicando con la Estrellla, Cachunipa, un ser sobrenatural maligno, escuchó la plática, y decidió que crearía un dragón de siete cabezas para que acabara con las siete razas de que hablaba el Sol. Inmediatamente se escuchó un terrible ruido y de una caverna salió un ser de siete cabezas, enormes garras, ojos rojos, y una cola en la que podía verse un aguijón; además, contaba con dos alas que le permitían volar muy aprisa a trasladarse a donde quisiese.

Cuando el Sol creó al primer hombre, la enorme serpiente y Cachinipa se dirigieron al sitio en donde se encontraba. Al verlo, la serpiente se abalanzó sobre él para devorarlo, pero una águila muy grande descendió y tomó al pequeño con sus garras, y se lo llevó a un picacho para salvarlo. Hecho lo cual regresó a donde se encontraba la serpiente, con la cual peleó hasta darle muerte.

Niñas tepehuanas descendientes del primer hombre creado por el dios Sol.

Al ver Cachinipa que su dragón había muerto, muy enojado decidió enviar a unos poderosos lagartos hasta el sitio donde se encontraba el primer ser humano creado por el Sol, y lo amarraron a un árbol. Un pequeño conejo se dio cuenta de lo que hacían los malvados lagartos, y cuando se fueron con sus fuertes dientes royó la cuerda. Como tenía mucha hambre, el conejo le dijo que se lo comiera.

Al verse libre, el niño se subió a un venado, que corrió rápidamente para salvarlo de los asesinos lagartos. La creación del hombre por el Sol estaba salvada. Desde entonces los tepehuanos adoran al águila, el conejo y el venado, pues a ellos deben su existencia.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los aretes de la Luna

Cuentan los abuelos purépecha del estado de Michoacán, que hace muchos años el Sol y la Luna estaban casados y eran muy felices viviendo en las alturas. Pero un día apareció por el Cielo Citalimina, Venus, el astro de los cielos de la mañana y de la tarde, y todo cambió en su felicidad.

En una ocasión, la Luna encontró al Sol platicando con Venus, que era una estrella muy bella con una larguísima cabellera. La Luna se enceló y le reclamó al Sol sus coqueteos. Se pelearon, se insultaron y hasta se dieron de golpes. Como el Sol era más fuerte que la pobre Luna, le dejó la cara llena de moretones, que son las manchas que podemos ver en su superficie desde la Tierra si la observamos con atención.

La Luna decidió separarse del Sol y se fue muy lejos, ya no se hablaron más; por eso uno sale de día y la otra de noche. Como es natural, este hecho ocasionó que se formara el día y la noche en la Tierra. Cuando llegan a juntarse los dos astros en el Cielo, se vuelven a convertir en los amorosos amantes que antes eran y, en ese momento se producen los eclipses.

Arracadas de plata que usan las mujeres purépecha

Cuando se vuelven a separar los esposos, la Luna se pone a llorar mucho de la tristeza que le da, y cada lágrima que cae a la Tierra se convierte en gotas de plata, que las mujeres purépecha recogen para fabricarse hermosos aretes que tienen forma de media luna, con lágrimas de plata que penden de ellos.

Cuando la Luna no llora mucho, sino sólo poquito, sus lágrimas no se convierten en plata sino en frescas gotas de rocío, que se transforman en charahuescas, que son una flores amarillas, anaranjadas o rojas que se parecen a las dalias; entonces, los niños escarban en la tierra para sacar las dulces y acuosas jícamas que son las raíces de la flor, que además calman la sed de quien las come.

Para recordar el regalo que la Luna les ha dado a las mujeres, no deben cortarse nunca el pelo, y si lo llegan a hacer, tiene que ser cuando hay Luna Nueva, cuando adquiere el nombre de Xaratanga, la diosa lunar de los purepecha.

Sonia Iglesias y Cabrera