Cuenta una leyenda del estado de Chihuahua que en cierta ocasión se encontraba en el pequeño pueblo de San Andrés, en el Municipio de Riva Palacio situado en la zona central de dicho estado, el famoso caudillo del Norte José Doroteo Arango Arámbula, más conocido con el nombre de Pancho Villa.
A su paso por el mencionado pueblo, el llamado Centauro del Norte, pensó que era buena idea reclutar a algunos hombres para su ejército revolucionario. Quiso la mala suerte que se topara con un telegrafista que vivía en San Andrés, lugar donde había nacido y donde vivía acompañado de su perro que no lo dejaba ni a sol ni a sombra, pues le quería mucho.
Al ver al hombre, quien todavía estaba lo bastante joven como para participar en la lucha armada, Pancho Villa lo invitó a unirse a la causa revolucionaria. Sin embargo, y para asombro del caudillo que no estaba acostumbrado a recibir negativas, el telegrafista, cuyo nombre ha quedado en el olvido, se negó rotundamente a unirse a las filas del ejército del norte. Las razones que le dio a Villa aducían que se encontraba muy cansado y prefería dormir que participar en la contienda revolucionaria.
Estas razones tan poco válidas enojaron a Doroteo, quien era hombre de pocas pulgas. Inmediatamente, ordenó la ejecución del telegrafista cansado. Los soldados lo colocaron en el paredón, una pared que se encontraba junto a un riachuelo, y cuando lo iban a fusilar, el perro del hombre salió de la nada y se acercó corriendo a donde se encontraba su amo. Entonces decidieron encadenar al perro a un árbol. Pero el animal logró escaparse y volvió hacia la pared donde estaba su amigo esperando la muerte. Como los soldados no pudieron quitarlo, no les quedó de otra que matarlo junto con su amo.
Así cayeron muertos telegrafista y perro. Juntos hasta la muerte. Cuenta la leyenda que desde ese día se escuchan en el mes de junio, que fue cuando se llevó a cabo la ejecución, y junto al río los lamentos del perro y las cadenas con las que le ataron. Amo y perro pasean por todo el pueblo como almas en pena que son, pues no pueden encontrar el descanso eterno y descansar en paz.
Sonia Iglesias y Cabrera