En las fiestas dedicadas a San Pedro Oztotepec, que se celebran en el Barrio de la Asunción en Xochimilco, hace ya mucho tiempo un grupo de amigos se encontraba festejando muy contento. Ya por la madrugada decidieron regresar a sus casas, cansados de tanta pachanga. Cada quien tomó el camino correspondiente hacia su respectiva casa. Una de las participantes se llamaba Felipa Sánchez y emprendió el camino bastante agotada, junto con algunos compañeros que vivían en el mismo pueblo que ella.
Cuando llegaron cerca de la orilla del lago de Xaltocan, Felipa escuchó un llanto que le llamó la atención, y les pidió a sus amigos que revisaran el lugar porque tal vez alguien se encontraba en peligro y necesitaba ayuda. Uno de los acompañantes de nombre Jacinto se percató que en la copa de un gran árbol se encontraba una mujer atorada y se dispuso a bajarla. Ya que lo logró, la depositó sobre el pasto y se dio cuenta que la mujer estaba muy pálida. Todos la observaban y notaban que le causaba trabajo respirar. Se llamaba Inés.
Asustados, se dieron cuenta que a Inés le faltaba la mitad de sus piernas y que su cuerpo estaba tinto en sangre. No sabían qué le había pasado ni porqué se encontraba en lo alto de un árbol. La mujer les sonrió para agradecerle a Jacinto que la hubiese bajado, pero su sonrisa tenía algo raro, como malévolo. La señora, que en realidad era una bruja, se arrastró hasta la base del árbol. Tomó en sus manos una olla y una escoba de varas, al tiempo que les suplicaba a los hombres que la pusiesen en pie y que la llevaran hasta su casa, pues había sufrido un accidente y su marido la estaba esperando en su casa en Xaltocan.
Dos de los hombres del grupo se ofrecieron a ir hasta la casa de la mujer a cumplir un encargo, pues la mujer no podía moverse. Tocaron a la puerta y les abrió la puerta un señor. Le dijeron que habían encontrado a su esposa en el camino hacia Xochimilco y que necesitaban que los dejara pasar a recoger las piernas de la mujer que se encontraban en la cocina. Azorado, el hombre los condujo hasta la cocina, en donde encontraron las piernas de la bruja colocadas en forma de cruz.
La mujer bruja les había advertido a los hombres que cuando encontraran sus piernas no le fueran a quitar la ceniza que se encontraba en sus muñones, y que las envolvieran con mucho cuidado en una manta para llevarlas camino a Xochimilco donde se encontraba. Cuando el marido y los dos ofrecidos llegaron a Xochimilco, vieron con estupefacción como la bruja les quitaba la ceniza a los muñones de sus piernas y se los colocaba en los cercenados muslos.
Jacinto le preguntó al esposo si no sabía que su esposa era una bruja, pero éste alegó por completo que lo supiese. No sabia nada de las actividades nocturnas de su cónyuge. Solamente se había dado cuenta que por las noches se quedaba profundamente dormido y nada lo despertaba.
Cuando le enseñaron la olla de la bruja vieron que estaba llena de sangre. Entonces, empavorecido el marido exclamó: – ¡Con razón siempre me quiere dar moronga de almuerzo! Cuya sangre procedía de las heridas de sus piernas y de la que obtenía hiriendo a sus víctimas.
La bruja de Xaltocan salió libre, por uno de esos misterios de la ley. Pero como los habitantes de su pueblo la querían quemar, la pareja tuvo que huir a vivir a otro poblado. ¿Será acaso donde tú vives?
Sonia Iglesias y Cabrera