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Masas y panes en el siglo XVII

Casi un siglo después de consumada la conquista de México por las tropas de Hernán Cortés, la panadería se había enriquecido considerablemente. Abundaban las masas y los panes en las panaderías y en las cocinas particulares de los españoles. Por ejemplo:
1. Masa de hojaldre. “La que de muy sobada con manteca, hace al cocerse en el horno unas hojas delgadas, puestas unas sobre otras. Sirve esta masa para tortadas, cubrir pasteles y otras cosas”. (1)
Tortada. “Torta grande de masa delicada rellena de carne, huevos, dulce y algunas veces aves, la cual se sirve en las mesas por plato especial, regalado y apetitoso”
Pasteles. “Trae su origen de pasta, es como una empanadilla hojaldrada que tiene dentro carne picada (…) hay mucha diversidad de pasteles.

Tradicion de masas y panes en Mexico

2. Masa para pan común de sal. Esta masa era muy simple, llevaba harina de no muy buena calidad, una pizca de sal, un poco de azúcar, levadura y agua suficiente para dar cuerpo. Con ella se hacían:
Hogaza. “El pan grande y que pesa más, de dos libras, como son los que hacen en los lugares, porque no se cuece todos los días. Antiguamente se llamaba así el pan de salvado, ó harina mal cernida, que hacían la gente para el campo”
Bonete. Pan  de harina flor mezclada con harina más gruesa llamada cabezuela, obtenida después de haber cernido la harina.
Virote. Pan largo de harina simple.
Mollete. “Bodigo de pan redondo y pequeño por lo regular blanco y de regalo”.
Bodigo. “Pan regalado y en forma pequeña, de los que suelen llevar las mujeres por ofrenda”.
Pan de pistola. “Pan alargado y duro”.
Pan de poya. “Con el que se contribuye para el uso de los hornos públicos. Poya. “El derecho que se paga en pan en el horno común; por eso se dice horno de poya y pan de poya”.
Pan de proposición. “Que comían los sacerdotes los días sábados”.
Pan regañado. “Que se abre por el fuego por incisiones que se le hacen al labrarlos”.
Pan de munición. “Para los soldados y presos”.
Pan sobornado. “Cocido en la charola entre dos hileras de pan”.
Pan subcinericio. “Cocido entre las cenizas”.

3. Masa sin levadura.
Pan cenceño. “Pan sin levadura”. “Que se aplica al pan sin levadura, como lo es la masa de que hacen las hostias”.
Torta. “Pan tendido que no se levanta muy alto y es el modo del pan cenceño de los indios” (Tortillas).

4. Masa de bizcocho.
“Masa compuesta de la flor de la harina, huevos y azúcar, que se cuece en hornos y se hace de varios géneros.” “Pan que se cuece segunda vez para que se enxugue y dure mucho tiempo, con el cual se abastecen las embarcaciones. Llámase bizcocho porque se cuece dos veces”. “Masa de bizcocho. Contiene harina, mantequilla, huevo, sal, azúcar y levadura. La sal le sirve para darle consistencia. El azúcar le da sabor, color y le ayuda a esponjar (…), se utiliza para hacer nuestras actuales “conchas”, “chilindrinas”, “pechugas” y “rollos de bizcocho”.
Bigotes. “Es vocablo Francés, y son unos rollitos de pan y azúcar, para los niños, y porque tienen esta forma de pelos largos del labio superior”.
Bollo. “Cierta hechura de pan prolongado y redondo”. “Panecillo amasado con diferentes cosas, como leche, huevos, etc.”
Bolillo. “Unos palillos largos de masa dulce que hacen los confiteros”.
Bollo maimón. “Pan mezclado con hechizos de bienquerencia”
Cubilete. “Vaso pequeño de metal (…) hazen (sic) con ellos cierta forma de pasteles que no son ordinarios”.
Hornaza. “Cierto género de rosca amasada con huevos, que se suela hacer en las casas por tiempo de Pascuas”.

5. Masa de buñuelos. La masa básica llevaba harina, huevos enteros, mantequilla, manteca, un poquito de levadura, y, a veces, agua de anís.
Buñuelo. “Fruta de sartén que se hace bien batida, frita en aceyte (sic), ó manteca. Al tiempo de freírse se esponja y sale de varias figuras, y se come comúnmente con agua miel, ó azúcar.” “Con esta masa se hacían varios tipos de de buñuelos como de viento, de queso y de requesón…»
Hojuelas. “A cada libra de açúcar (sic), cuatro yemas, un poco de almíbar. Se amasan muy bien y se extiende con palote para que adelgace y se cortan.

6. Masa de rosquillas. Para hacer las rosquillas se usaba esta masa básica; harina, azúcar, un poco de nuez moscada, un tanto de levadura en polvo, huevos enteros y leche. Se hacían varios tipos de rosquillas, según el ingrediente que se le adicionara a la masa base, por ejemplo canela. Mezclados todos los ingredientes se formaban rollitos delgados que se unían en los extremos para formar una circunferencia, y se freían en una sartén con mantequilla o manteca. También había rosquilla que en lugar de freírse se horneaban.

7. Masa de pucha.
“Para una libra de harina catorce yemas de huevo, media taza de jugo de naranja con un granito de tequesquite blanco, tantita sal, tantita mantequilla, cosa de media onza o tres cuartas; la mantequilla va derretida y se le envuelve con tres claras de huevo bien batidas como para freír y tantita levadura, tos esto se amasa junto muy bien sobado, se hacen las rosquitas y se ponen en un cazo con agua en la lumbre y ya que está el agua a borbollones se echan las rosquitas y no de montón, sino pocas y conforme se suben para arriba, se sacan y se arropan a que suden, ya que sudaron muy bien que se hayan enfriado, se meten al horno y luego se les echa su encalado, para cocer estas rosquitas ha de estar el horno violento y ya que las metieron se la tapa al horno la boca porque no les entre el aire hasta que se conozca que ya se cocieron o que les falte muy poco para acabar de cocer”.

(1) Recetas de un recetario anónimo de 1625 ca. Archivo General de la Nación.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Hospital de Jesús Nazareno

Huitzillan, Junto al Colibrí, es el nombre del histórico lugar donde Hernán Cortés y Moctezuma Xocoyotzin se entrevistaron por primera vez. Se encontraba cerca del templo dedicado a Huitzilopochtli, el Colibrí Zurdo, por el camino hacia Iztapalapa.  En este lugar se erigió el primer hospital que los españoles fundaron en la Nueva España, por órdenes expresas del capitán Hernando, para que se atendiese a los soldados que salían heridos en las contiendas contra los mexicas. La dirección del hospital estuvo a cargo de fray Bartolomé de Olmedo, fraile mercedario. La construcción se debió a Pedro de Vázquez, aunque en otras fuentes encontramos que el constructor inicial se llamaba Pedro López y era de profesión medico. Para el trazo del nosocomio se inspiró en el de la Cinco Llagas, ubicado en Sevilla de donde era originario. El edificio ocupó terrenos que fueron cedidos por Hernán Cortés para tal propósito. Sin embargo, el capitán murió antes de verlo terminado.

tradicion mexicana - imagen del hospital

Este hospital recibió en un principio recibió el nombre de la Purísima Concepción; después se le llamó Hospital del Marqués. El hospital aún existe y es uno de los primeros edificios de la Ciudad de México. La conseja popular nos dice que una indígena muy rica de nombre Petronila Jerónima, legó en su testamento una fuerte cantidad de dinero para que se construyese una iglesia para el hospital, con la condición que ahí se venerase la imagen de Jesús Nazareno en un adoratorio construido ad hoc. Dicha condición se realizó en 1524. Dos años después, el hospital dejó de llamarse Hospital del Marqués y tomó el de Jesús Nazareno. Otras fuentes nos informan que la imagen fue donada por don Juan Manuel de Solórzano, y no por la india rica. Cuenta la leyenda que la imagen regalada por Petronila era muy milagrosa y desde lejanos lugares acudían las personas a pedir sus bondades y milagros.

Muchos fueron los arquitectos que participaron en la construcción del hospital y en su mantenimiento. Entre ellos podemos mencionar a Miguel Custodio Durán, Francisco Antonio Guerrero y Torres y Pedro de Arrieta. Al Hospital de Jesús se le considera como la institución de beneficencia privada más antigua no sólo de México sino de América, en donde cualquier menesteroso podía ingresar si su estado lo ameritaba.

La construcción inicial se hizo con naves en forma de cruz, capillas, patios con arcos de medio punto, escalera claustral, claustros, y enfermería. Se empleó el tezontle y la cantera. El Hospital de Jesús constaba de dos patios iguales con jardines, con arcos de dos niveles sobre pilares. En medio de los dos patios estaba situada la escalera claustral de diseño avanzado para su época. El templo tenía dos fachadas barrocas. La capilla del Hospital, llamada de la Santa Escuela, sirvió durante la Colonia como refugio de negros que trataban de escapar de la esclavitud.

Cuando Hernán Cortés murió fue enterrado en Sevilla, pero según sus deseos sus restos se trasladaron a la Nueva España. En un principio se llevaron a la Iglesia de San Francisco en Texcoco; poco después se pasaron al Convento de San francisco de la Ciudad de México, y finalmente, en el siglo XVIII, se condujeron al Templo de Jesús Nazareno del Hospital de Jesús, donde se depositaron en un mausoleo con el busto del conquistador esculpidos por Manuel Tolsá y Sarrión, arquitecto y escultor valenciano, quien fuera director de la Academia de San Carlos de la Ciudad de México. En la ceremonia fúnebre, fray Servando Teresa de Mier pronunció la oración fúnebre, y el virrey de Branciforte, considerado como uno de los virreyes más corruptos que tuvo la Nueva España, presidió las exequias. En la etapa de la Independencia, algunos fanáticos pensaron en exhumar los restos del capitán y quemarlos, pero fueron sacados con anticipación y escondidos bajo la tarima del Altar Mayor. En 1836, los huesos se colocaron en un nicho sin ninguna inscripción, en donde reposaron hasta el años de 1946, fecha en que se les confirmó como pertenecientes al Marqués del Valle y se añadió al nicho una placa certificándolo.

En el año de 1646, en el  hospital que nos ocupa, el primer protomédico del Continente Americano, Pedro López realizó la primera autopsia, para enseñar anatomía a los estudiantes de la Real y Pontificia Universidad de México, institución creada por Cédula Real e inaugurada el 25 de enero de 1553. Existe constancia de que en cinco años Correa “realizó 1,252 sangrías, sacó 37 muelas, puso 92 pares de ventosas… y sanó a 28 atormentados, 27 azotados y 492 enfermos». Los profesores médicos llegaban de España, con certificados de protomedicato. Entre ellos, hubo médicos muy notables, como es el caso de Nicolás Bautista Monardes, de origen sevillano, que escribió un libro en el que narra las vicisitudes de la práctica médica y farmacológica en la Nueva España, titulado Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales.

Muchos siglos duraron la iglesia y el hospital en su construcción original, hasta que en 1934, al ampliarse en la Avenida 20 de Noviembre en donde se encuentran situados, se construyó un horrible edificio de cinco pisos. Actualmente, de la construcción colonial solamente quedaron los hermosos patios.

Sonia Iglesias y Cabrera

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De cómo se fundó la Ciudad de Morelia

Nuño de Guzmán inició la conquista de Michoacán en 1521 sin enfrentar ninguna resistencia guerrera por parte de los indígenas debido a las amenazas que hiciese Cristóbal de Olid a la embajada que mandó el cazonci encabezada por  Cuiniarangari, de masacrar a todos los habitantes de Michoacán en caso de oposición de los indígenas.  El 25 de junio de 1522, Cristóbal de Olid con sus sanguinarias huestes españolas, tomó la ciudad de Tzintzuntzan, sin ninguna oposición de Tangaxoan Tzintzicha, el cazonci. Al darse cuenta de la barbarie de Olid, el cazonci, Tangaxoan II, atemorizado, huyó a Pátzcuaro, ocultándose del conquistador. Sin embargo, pronto resintió las amenazas del español y tuvo que someterse a todos sus caprichos y ambiciones, entregando oro a cambio de que el indígena conservara su puesto de gobernante de los p’urhépecha. Poco le duró el gusto, ya que en 1530, Nuño de Guzmán dio muerte a Tangaxoan quemándolo en la hoguera.

Consumada la conquista, en el año de 1531, llegaron los franciscanos Juan de San Miguel y Antonio de Lisboa, quienes evangelizaron a los naturales del valle de Guayangareo, conformándose así el primer asentamiento español: el Convento de Buenaventura. Dos años más tarde llegaba don Vasco de Quiroga con la finalidad de construir una ciudad para los españoles y defender a los indígenas de las vejaciones sufridas por Nuño de Guzmán. Don Vasco ubicó la ciudad española cerca de Tzintzuntzan, donde se constituyó un cabildo. El 8 de agosto de 1536, el rey Carlos V, autorizado por el Sumo Pontífice, redactó un documento para la creación del Obispado de Michoacán, de acuerdo a la Bula Illios Fulciti emitida por Pablo III. Un año después, por Cédula Real del 20 de septiembre, se ordenó la construcción de una Catedral en el lugar donde al obispo se pareciere mejor. No se pensaba en Tzintzuntzan, por los inconvenientes que presentaba, pero don Vasco tomó la iniciativa y decidió que el lugar apropiado para la edificación de la catedral fuera Pátzcuaro, uno de los barrios de Tzintzuntzan. Esta decisión no gustó a los españoles quienes opinaban que no había suficiente tierra para los cultivos y la cría de ganado; además de que alegaban que había muchos asentamientos indígenas.

Durante una visita del virrey de la Nueva España a Michoacán, don Antonio de Mendoza –quien gobernara en territorios mexicanos de 1535 a 1549-, los encomenderos españoles, inconformes, le expusieron su inconformidad diciéndole que no les parecía adecuada la construcción de la ciudad en Pátzcuaro. Así las cosas, los españoles le escribieron a la reina de España Juana, llamada la Loca, a fin de que la ciudad de Michoacán, se reubicara en Guayangareo; la reina dispuso entonces que se fundara la villa de los españoles en 1537, con el nombre de Valladolid, ciudad en la que se expidiera la Cedula Real de su fundación. La tal Cédula decía que en la villa deberían establecerse sesenta familias españolas y nueve religiosos, para “impedir los desmanes de la gente bárbara”. Así, el virrey visitó el valle de Guayangareo en 1540, y el 18 de mayo de 1541, a las ocho de la mañana, se fundó la villa de la Nueva Mechuacán, siendo los comisionados el escribano público y de Cabildo Alonso de Toledo y los jueces Juan de Alvarado, Luís de León Romano y Juan de Villaseñor quienes tomaron el Valle de Guayangareo y fundaron la mencionada ciudad: En el Valle que se dice de Guayamgareo, de la provincia de Mechoacán de esta Nueva España, encima de una loma llana e grande del dicho valle que está entre dos ríos, por la una parte hacia el sur el río que viene de Guayangareo, y por la otra parte hacia el norte el otro río grande que viene de Tiripetío, en miércoles diez y ocho días del mes de Mayo, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesú (sic)  Cristo de mil quinientos é cuarenta é un años, podía ser á hora de las ocho antes de medio día… para asentar y poblar la Ciudad de Mechoacán é repartir los solares a los vecinos que son é serán de aquí en adelante, con huertas é tierras para hacer sus heredades y granjerías, como su Señoría Ilma. Les es mandado, y en cumplimiento de ello se apearán de sus caballos en que venían, é se pasearon por el dicho sitio de Ciudad de una parte a otra, hollándola con sus pies é cortando con sus manos las ramas é yerbas que allí había é mandado a ciertos naturales limpiar el asiento de plaza, Iglesia, Casa de Cabildo é Audiencia é Cárcel é carnicerías todo en señal de verdadera posesión de Ciudad De Mechoacán, todo pacífica y quietamente sin haber ni parecer persona alguna que lo contradixiese ni perturbase…

Aunque la ciudad se cambió de lugar, los poderes civiles y eclesiásticos siguieron en Pátzcuaro, hasta poco después de la muerte de don Vasco en que se trasladaron a Valladolid el 25 de diciembre de 1575, cuando por Cédula Real pasaron el Ayuntamiento de Michoacán y la sede de Justicia, a Valladolid. Para 1580, el Obispo Juan de Medina Rincón trasladó la sede de la diócesis de Pátzcuaro y el Colegio de San Nicolás Obispo, que fuera fundado por Tata Vasco. La ciudad empezó a progresar aceleradamente, surgieron hermosos edificios civiles y eclesiásticos, como la Catedral en 1660 y el primer acueducto que dirigió, en 1657 don Lorenzo de Lecumberri.

Don Vasco de Quiroga, quien no estaba de acuerdo con lo sucedido, protestó ante el papa porque su autoridad de obispo había sido menoscabada, y en 1547, viajó hasta Europa para presentar una apelación ante la corte. Sin embargo nada pudo lograr, pues las circunstancias le fueron adversas al principio, y cuando ya creía haber conseguido su propósito, murió y quedó vacante su puesto durante cerca de dos años, cuando le sucedió don Antonio Morales de Molina, quien ya no continúo la tarea de Tata Vasco. En 1553, (otras fuentes mencionan el 19 de septiembre de 1537), las autoridades reales otorgaron un escudo a la ciudad, por Cédula Real.

Por tanto problema como había con la decisión de cuál sería la ciudad a pesar de las cédulas reales, durante el siglo XVI, la ciudad no creció mucho. Para 1580, tan solo había en ella diez casas de españoles, y los conventos de San Francisco y San Agustín. El obispo Quiroga dijo que en 1545, los habitantes eran 30, pero que de ellos la mitad se había ido a vivir a sus haciendas La traza corrió a cargo de don Antonio de Godoy y del alarife (arquitecto) Juan Ponce, quien con seiscientos pesos oro levantó las primeras casas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Los primeros cultivos de trigo y los molinos

Los primeros cultivos de trigo se efectuaron en el mismo año de la conquista: 1521. Se localizaban en los alrededores de la recién fundada ciudad, y poco a poco se fueron extendiendo a varias regiones agrícolas del Bajío, Tlaxcala y Puebla. A mediados del siglo XVI esta última región producía la mayor cantidad de trigo. Más adelante, los cultivos abarcaron el Estado de México, Querétaro, Guadalajara, Michoacán y Guanajuato. Gran parte de su diseminación se debió a los frailes que  cultivaban el trigo y lo llevaron por todo el territorio mexicano en sus andanzas evangelizadoras. Los jesuitas se encargaron de sembrarlo en las Californias. Cuenta la leyenda que uno de ellos, el padre Piccolo, en sus viajes por la Península iba siempre con un costal de trigo en la mano, y cuando se ofrecía enseñaba a los indios a cultivar el cereal. Una vez que los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España, correspondió a los franciscanos continuar la tarea por la zona noroeste y otros lugares, hasta bien entrado el siglo XVIII.

El arado llegó a tierras mexicanas proveniente de España, en donde se contaba con una amplia variedad. Fueron dos los primeros arados que se empezaron a usar  ambos uncidos a bueyes o mulas. El más utilizado fue el arado dentado, también llamado romano, que constaba de cabeza, reja, tolera, y esteva o mancera. Durante muchos siglos fue el instrumento que se utilizó en México. Era muy conveniente porque con él se abrían surcos superficiales sin voltear la tierra, lo cual convenía a los suelos áridos. Además se trataba de un arado muy ligero que se podía transportar fácilmente sobre mulas o caballos, a regiones distantes. A pesar de la introducción del arado español, durante mucho tiempo se siguió usando la coa indígena, reemplazada en 1581 por el azadón, aun cuando no desapareció del todo y aún persiste hasta nuestros días. Junto con el arado los españoles introdujeron el abono animal, la técnica de la rotación de cultivos, y la irrigación por medio de norias.

El trigo que se cultivaba se llevaba a moler a los molinos, tan imprescindibles para la elaboración de las harinas. Se debe al primer virrey de México, don Antonio de Mendoza, conde de Tendilla, el haber otorgado a los españoles conquistadores  las primicias de los privilegios reales o mercedes. En los archivos encontramos que muchas de esta mercedes se dieron con el fin de establecer heridos de molino; es decir, ruedas de alabes que se instalaban en las orillas de las corrientes de los ríos, canales o zanjas en declive. La energía producida permitía mover las ruedas del molino, su eje, y sus piñones; se obtenía un movimiento giratorio de las grandes muelas de piedra colocadas en posición horizontal, entre las que se trituraba el trigo para formar la harina que servía de materia prima para hacer el pan en los amasijos.

El primero de los molinos que existió en la Nueva España lo estableció Nuño de Guzmán en Tacubaya, junto al río del mismo nombre, ahora desaparecido. Poco después surgieron otros dos: uno en Coyoacán y otro en Tacuba. Estos dos asientos molineros fueron una fuente de conflictos para los indígenas que habitaban dichas poblaciones, pero la ley la dictaba el más poderoso y no les quedaba sino resignarse a ser desplazados de sus tierras. Según otra versión debida a Orozco y Berra, el 7 de febrero de 1525 “se concedió a Rodrigo de Paz (conquistador), la primera licencia para formar aceñas y molinos de trigo en el río Tacubaya, lugar conocido por los indios con el nombre de Atlacihuayan. García Rivas agrega: … y poco después instaló otro Nuño de Guzmán en Santiago Tlatelolco, que perteneció más tarde a Juan Xuárez, cuñado de Cortés, por ser hermano de la infortunada esposa de éste, doña Catalina Xuárez de Marcayda. El molino perteneció más tarde a los dominicos; y aguas arriba del río que lo alimentaba, hubo otro molino harinero perteneciente a Melchor Valdés. El molino de Nuño de Guzmán fue instalado en el año de 1529 y el de Rodrigo de la Paz… fue conocido más tarde con el nombre de Molino de Abajo o de los Delfines.

Para 1540  había doscientas mercedes otorgadas a los españoles. Como la necesidad de trigo se hacía cada vez mayor, a finales de siglo fueron concedidas treinta mercedes a los indios para que las trabajaran. La amplia concesión de tierras por parte del virrey trajo como consecuencia favorable que la harina faltante ya no se trajese de la Madre Patria, pues ya podía molerse en tierras mexicanas una vez pasadas las cosechas de trigo de riego que se sembraba en marzo o junio, o de trigo de temporal, sembrado en junio y cortado en octubre. Y como todo era muy abundante en este país, había un tercer trigo llamado aventurero, que se sembraba en noviembre y proporcionaba una cosecha extra.

Los granos de trigo cosechados se almacenaban en la alhóndiga. La primera que se estableció en México se fundó durante el gobierno del virrey don Martín Hernández, entre los años de 1573 y 1578, situada en la calle de San Bernardo (otros opinan que ocupaba parte del Ayuntamiento). De cualquier forma dependía directamente de la autoridad del Cabildo. La Alhóndiga de San Bernardo se destruyó durante un incendio en el año de 1692. A parte de esta alhóndiga hubo tres más: la primera estaba en la Calle de Tezontle, la segunda en la de San Antonio Abad y la tercera  en Puente de Gallos.

La alhóndiga tenía la función de regular los precios de los granos del cereal e impedir que los regatones acapararan el trigo, la cebada y sus harinas, encareciéndolos y hambreando a la población. La vigilaban dos regidores a los que se les nombraba diputados, quienes, además, se encargaban de los cobros de los depositarios. Los cultivadores de trigo tenían la obligación de llevar todos sus granos y harina a la alhóndiga, para declarar si los había adquirido por compra o por cosecha. Todo tipo de transacciones con cereales fuera de la alhóndiga estaba penado y sancionado por la ley. A este recinto acudían los comerciantes y los panaderos para comprar los productos que habían de surtir sus tiendas y la materia prima para elaborar los panes. A los panaderos se les permitía comprar la cantidad de trigo en grano o harina suficiente para la producción de dos días.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La metalurgia purépecha

Los inicios de la metalurgia en el mundo
La metalurgia es una técnica que permitió al ser humano obtener y tratar los metales por medio de diversos procedimientos, incluyendo la producción de aleaciones. Sabemos que el primer metal que el hombre trabajo fue el cobre, dada su facilidad de manejo. El cobre empezó a trabajarse durante el Período Calcolítico, época prehistórica correspondiente a la Edad del Cobre, fase intermedia entre el Neolítico y la Edad de Bronce, que duró de 300 a 18000 a.C., y que dio inicio a una nueva etapa evolutiva del ser humano. Los primeros trabajos en cobre que se encontraron fueron en Tell de Sialk, en Irán; y en Cayönü Tepesi, en la península de Anatolia, en la actual parte asiática de Turquía. El cobre se trabajaba en frío, por medio del martillado; o bien, en caliente, a fin de aumentar su maleabilidad y su dureza. En nuestro país el desarrollo de la metalurgia dio inicio hacia el año 800 d.C., aun cuando la explotación minera subterránea apareció en los períodos clásico temprano y medio. Algunos investigadores afirman que el arte de la metalurgia llegó a Oaxaca, Michoacán y Guerrero, desde Centro y Suramérica vía marítima, para después difundirse por toda Mesoamérica.

metalurgia en mexico

La metalurgia en Michoacán en el Postclásico (1000-1521 d.C.)

Fue también el cobre el primer metal que se utilizó en Michoacán; se le empleó  para hacer todo tipo de aleaciones: con oro, plata, zinc, plomo, y para crear aleaciones de bronce empleando estaño. En un principio, los metales no se conseguían excavando túneles, sino que se buscaban a ras del suelo en las vetas que llegaban a la superficie. En la zona de la Laguna del Infiernillo se han encontrado minas de cobre que estuvieron en explotación durante el período del último cazonci, Tangáxoan Tzintzicha, que se explotaban a tajo abierto; es decir, buscando la veta superficialmente. Las paredes de la veta se partían con cuñas de maderas de cuernos de animales para lograr que las piedras se desprendieran de la pared. En el sitio arqueológico mencionado se encontraron mazos y molcajetes de piedra para moler el mineral, llamados tiquiches. Asimismo, se encontró una mesa tallada en la piedra que servía para la molienda. En el sitio arqueológico de Chumuco, trabajaban veinte fundidores, que recogían un promedio de medio celemín de polvo y piedra verde de la que obtenían el cobre. El celemín era una medida de capacidad para áridos (4,625 litros), que se dividía en cuatro cuartillos. Después de extraído, el cobre se fundía soplando en unos canutos para mantener el fuego, y hacían unos lingotes de aproximadamente veinte centímetros de largo, quince de ancho y seis de alto llamados  xeme, con un peso aproximado de 4.5 kilos. Como la obtención era efectuada por pepena, el mineral no estaba muy contaminado, y los componentes extraños que aparecían se dejaban ya que servían para la composición deseada. Los fundidores de cobre también trabajaban como labradores,  tenían cerca del cerro sus milpas de labor, y sólo extraían el mineral cuando el Jefe Supremo lo requería. Por ejemplo, el gobernante de Tzintzuntzan contaba con personas que organizaban el buen funcionamiento de las minas más importantes, las cuales se encontraban hacia el sureste del imperio, hacia Cutzamala, Coyuca Ajuchitlán y Pungarabato. Sin embargo, existían otras minas hacia el occidente, cerca de Tuxpan y Zapopan. Otra forma de obtener metales consistía en el pago de los tributos que obtenían de Sinagua, La Huacana, Turicato y Cualcomán.

Los metales extraídos de las minas se conducían a talleres donde se fundían y se formaban lingotes, que  se enviaban  a depósitos localizados en la cuenca del lago de Pátzcuaro para ser custodiados por los encargados del tesoro, quienes efectuaban  rituales y ceremonias especiales a los que acudía el cazonci antes de entregar los lingotes a los joyeros quienes, con su divino arte, los transformaran en joyas para la realeza. Con los metales se elaboraron objetos de uso práctico en la vida diaria y adornos. Entre los primeros podríamos mencionar: azadas, coas, punzones, cinceles, agujas, alfileres, anzuelos, y otros muchos más. Como adornos tenemos: cascabeles, brazaletes, anillos, uñas, pectorales, cactlis, etcétera.

Las técnicas que se emplearon en el Michoacán antiguo fueron de dos tipos: las técnicas en frío: grabado, repujado, laminado, martillado, uniones mecánicas y pulido; más otras complementarias como el chapeteado, la incrustación, el embutido, el forrado, el engastado y la coloración, por medio del templado; y las técnicas que empleaban calor destemplado: hiladura, fundición y vaciado, más la licuación, que incluye el fundido. Éste se hacía en braseros, especies de crisoles, y como no contaban con  fuelles, como ya hemos mencionado, empleaban  canutos para soplar y avivar el fuego.
Para llevar al cabo el martillado, los artistas p’urhépecha se auxiliaban de pequeños bancos de madera o piedra, donde golpeaban el metal hasta lograr láminas tan delgadas que podían medirse en milímetros. En la lámina  trazaban los cortes deseados, según para lo que se deseara elaborar, y luego empleaban la técnica de repujado para decorar con figuras, grecas o lo que los artistas quisieran; técnica decorativa a la que acompañaban la filigrana y la soldadura cuando se requerían. Una tercera técnica empleada por los indígenas fue el fundido, para lo cual se usaban hornos cuyo calor se mantenía soplando por unos tubos. Ya fundido el metal, se vaciaba en moldes de barro cocido, para crear el objeto. Entre los orfebres de Pátzcuaro se empleó la técnica de la cera fundida para elaborar anillos, cascabeles, aretes y colgantes en forma de animales preciosamente elaborados. El conocimiento metalúrgico de los purépecha sobresalió en sus trabajos con la plata, el oro, y el cobre. La principal producción consistió en joyas y adornos. Además de las armas y de las joyas los purépecha elaboraron herramientas para cubrir las necesidades de la vida cotidiana. Es importante mencionar que los purépecha conocían las pinzas para depilar, a las cuales llamaban petamuti. Las había de grandes dimensiones que se llevaban colgadas al cuello. Eran como dos lengüetas con las puntas redondeadas y bellamente decoradas; algunas hechas de plata han llegado hasta nuestros días.

El descubrimiento del bronce fue decisivo, pues les permitió  rechazar los continuos ataques bélicos de los mexicas quienes nunca emplearon el metal para fabricar armas. Para elaborar el bronce los purépecha conocían ciertas técnicas como la molienda del óxido de estaño, y la obtención de estaño metálico que no se encuentra puro en la naturaleza, sino en estado de óxido (casiterita); asimismo, sus conocimientos les permitieron fundirlos juntos sin riesgo a perder a uno de ellos por la oxidación. Tres fueron los metales preferidos por los p’urhépecha: el oro, tiripiti o excremento del dios Sol; la plata, teyácata, proveniente de las excrecencias de la diosa lunar Xaratanga, y el cobre, llamado tiyahu charápeti. Cuando no había mucho oro, las piezas deseadas se hacían de este metal al que luego se bañaba en oro; a este proceso lo llamaron tumbaga. De ahí ha de venir el famoso dicho de “sacar el cobre”.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Día de la Santa Cruz

Cuando la celebración de la Cruz de Mayo llegó a los lares mexicas ya tenía tiempo que se efectuaba en la vieja España, donde era costumbre que se pusiese una cruz en las casas profusamente adornada con flores en lo alto. Además, la gente salía en procesión y asistía a toda la parafernalia que exigía la liturgia católica, como misas, rezos y devociones, para después, por la noche, dedicarse a los placeres del canto, el baile, y la música, sobre todo en la provincia de Andalucía, que en este mes de plena primavera abundaba en flores de todo tipo: nardos, azahares, clavellinas, claveles, y azaleas.

Llegada la fiesta en los primeros tiempos de la Primera Traza colonial, cuando los edificios más importantes, iglesias, palacios y ayuntamientos, estaban en plena construcción, las cruces floridas fueron colocadas a instancias de los albañiles españoles en la parte de arriba de los inmuebles inacabados. Aunque la fiesta de la Santa Cruz inicialmente la solemnizaban tanto el gremio de los albañiles como el de los talabarteros, terminó siendo exclusiva de los primeros. Es muy posible que la festividad se celebrase en México ya desde los tiempos de fray Pedro de Gante, lego franciscano nacido en Bélgica, hacia finales de 1526 o principios de 1527. Desde entonces, los indígenas la adoptaron como parte de sus festividades rituales a las que eran tan proclives. Obviamente la imagen de la cruz (…) fue fácilmente aceptada por los indios: para ellos representaba el fuego, y por ende el Sol y su mensajero, Quetzalcóatl(…) Nos dice Luis Weckmann.

El dia de santa cruz en Mexico

Así pues, los indígenas mesoamericanos conocían, desde mucho antes del arribo de los españoles, el signo sagrado de la cruz. Fray Bartolomé de las Casas, misionero dominico (1474-1566), en su obra Historia de la Indias constata:
En el reino de Yucatán cuando los nuestros lo descubrieron hallaron cruces, y una de cal y canto, de altura de diez palmos, en medio de un patio cercano muy lucido y almenado, junto a un muy solemne templo, y muy visitado de mucha gente devota en la isla de Cozumel que está junto a la Tierra firme de Yucatán. A esta cruz se dice que tenían y adoraban por dios del agua-lluvia, y cuando había falta de agua le sacrificaban codornices.

Por su parte, Francisco López de Gomara nos dejó el siguiente testimonio:
… A causa de este oráculo e ídolo, venían a esta isla de Acuzamil (Cozumel) muchos peregrinos y gente devota y agorera, de lejas tierras, y por eso había tantos templos y capillas. Al pie de aquella mesma torre estaba un cercado de piedra y cal tan alta como diez palmos, a la cual tenían y adoraban por dios de la lluvia, porque cuando no llovía y había falta de agua, iban a ella en procesión y muy devotos; ofrecíanle codornices sacrificadas por aplacarla la ira y enojo que con ellos tenía o mostraba tener, con la sangre de aquella simple avecica. Quemaban también cierta resina a manera de incienso, y rociábanla con agua. Tras esto tenían por cierto que llovía.

De tal manera que la cruz se empleaba con carácter religioso desde épocas muy remotas en México, sobre todo la cruz aspada llamada de San Andrés. Otras cruces se encontraron en muchos lugares más como Cholula y Texcoco, siempre venerada como Dios de la lluvia. En la Nueva España la fiesta de la Santa Cruz fue una de las mayores de la Iglesia y a ella debían acudir el virrey y la Real Audiencia. El gremio de albañiles la organizaba y sufragaba los gastos, que no eran pocos, pues así lo estipulaban las Constituciones de la Cofradía. La víspera del día de la Santa Cruz, se efectuaban los arreglos pertinentes y se decoraba la cruz con flores, joyas, tela y demás ornamentos que dictara el buen gusto. Al día siguiente se oía misa de réquiem, y el obispo de Catedral decía una homilía exaltando los méritos religiosos de la cruz donde muriera Nuestro Señor. La ceremonia incluía misas cantadas, novenarios, letanías, ofrecimientos de ceras y luminarias. Los mayordomos y mayorales presidían esta liturgia que se llevaba a cabo en la propia capilla que los agremiados tenían en la Catedral, situada cuatro capillas después al lado de la del Evangelio y dedicada a la Virgen María. Se denominaba Capilla de los Albañiles. En un principio estaba destinada a albergar los restos mortales de aquellos que habían construido la iglesia.

Además, se realizaba una procesión a la que era obligación que asistiesen todos los gremios, so pena de ser multados con treinta pesos o treinta días de cárcel. En cambio la puntual asistencia a la fiesta hacia posible la obtención de indulgencias plenarias o parciales.

Una vez terminadas las ceremonias religiosas, los agremiados se reunían a gozar de un buen banquete –antecesor de la comida de los albañiles actuales-, cuyos brindis se prolongaban hasta muy entrada la noche. Dicha comilona tenía como finalidad propiciar la convivencia fraternal y la cohesión del gremio y la cofradía. Como diversiones mundanas solía haber danzas, juegos artificiales, palo ensebado, música de tambor y chirimía, “árboles de fuego” (castillos), toritos y corridas de toros.

La ciudad virreinal estaba plagada de cruces en sus calles que también se adornaban en su día. Luis González Obregón nos dice:
Había cruces rematando torres de los templos y las cornisas de las casas; las había en las claves de los marcos de las puertas, en los muros, en bajo y en alto relieve y figuradas en todos los aplanados; unas sencillas y otras decoradas con las insignias de la Pasión de Cristo(…) También había cruces en las esquinas o ángulos de los edificios, pintadas algunas, como la Cruz Verde, que dio nombre a una calle; y las había, en fin, en los nichos, en los centros de las plazas como la Cruz de Tlatelolco, y en los cementerios de las iglesias y de los conventos, sobre los bordos que limitaban los atrios o sobre los pedestales que los sustentaban.

Sin olvidar la Cruz de Mañezca situada en la barda de Catedral hasta el siglo XVII, que después se pasó al cementerio del Sagrario; la Cruz de los Tontos, cerca de Catedral, hacia el Portal de Mercaderes; la Cruz de Cachaza en la esquina de la ex-Universidad, en la Plaza del Volador, junto a la cual se ponían los cadáveres de los pobres y se pedía limosna para poder enterrarlos; y la del atrio de la iglesia de Jesús Nazareno. Tal pareciera que la capital no fuera la Ciudad de los Palacios, sino la Ciudad de las Cruces, tal cantidad había de ellas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La Pascua Florida.

El Domingo de Pascua -también conocido como Pascua, Domingo de Resurrección, Domingo de Gloria, y Pascua Florida-, Cristo resucitó en la madrugada. Pasados cuarenta días, se les presentó a sus apóstoles y todos se fueron al Monte de los Olivos donde los bendijo; hecho lo cual subió al Cielo en medio de una maravillosa nube. Mientras tanto, un Ángel bajó de las alturas y les dijo a las personas reunidas:- ¡Qué esperáis creyentes galileos, Jesucristo no volverá a la Tierra hasta que, con esta misma majestad, venga a juzgar a todos los hombres!

La palabra pascua proviene del hebreo pesach que significa “paso” o “tránsito”. La Pascua judía se celebraba todos los años desde la víspera del día 15 de Nisán al  hasta la puesta del sol del día 22 (marzo-abril). En ella se conmemoraba el “paso” de Jehová por Egipto, el castigo infringido a los primogénitos egipcios, la liberación de los judíos del yugo egipcio, la instauración del sacrificio del cordero pascual, y la comida de los mazath o pan ázimo. Ya lo dice la Biblia: Siete días comerás ázimos y el día séptimo será fiesta de Yahveh… En aquel día harás saber a tu hijo: ‘Esto es con motivo de lo que hizo conmigo Yahveh cuando salí de Egipto’  (Éxodo 13:6)

pascua florida tradicion mexicana

La primera celebración de la Pascua cristiana, coincidió con la Pascua judía. Para los judíos-cristianos, que consideraban a Cristo como el Cordero Pascual, la Pascua estaba estrechamente ligada a la hebrea y festejaban la Pascua Florida inmediatamente después del ayuno, sin importar en qué día cayese. En cambio, los cristianos no judíos pensaban que habiendo tenido lugar la Resurrección en  domingo, la Crucifixión debía conmemorarse el Viernes Santo, sin importar el día del mes. En 325, el Concilio de Nicea decretó que la Pascua cristiana debía celebrarse el domingo después del plenilunio que sigue al equinoccio de primavera; por lo tanto, nunca antes del 22 de marzo ni después del 25 de abril. Es pues de vital importancia la fijación del equinoccio de primavera, ya que no sólo marca el inicio de una estación, sino también la duración del año solar, porque de acuerdo a la traslación y rotación de la Tierra en relación con el Sol, se ajusta el tiempo de todo el mundo. El día del equinoccio la duración del día y de la noche es igual, de doce horas. Cuando ya ha sido fijada la Pascua, se pueden determinar todas las fiestas móviles de calendario católico como la Cuaresma que da inicio cuarenta días antes de la Pascua, descartando los domingos.

La Pascua Cristiana empezó a celebrarse a partir del siglo II. Con ella da inicio la Cincuentena o Tiempo Pascual, que se prolonga hasta el Día de Pentecostés o Pascua del Espíritu Santo. Se trata de cincuenta días de regocijo en que se celebra la realidad del reino de Dios.

En México la fiesta fue implantada desde principios de la Colonia, en que se festejaba con una procesión que salía del templo de San José (situada en lo que es hoy la esquina de Isabel la Católica y Madero), con doscientos treinta andas con imágenes, acompañadas por las cofradías y los gremios, colocados por orden de importancia. Indios y españoles se vestían de blanco y llevaban guirnaldas de flores en la cabeza y en las manos; de tal manera que el acto se convertía en una verdadera Pascua Florida. Estas procesiones dejaron de existir a mediados del siglo XIX; cuando surgió la costumbre de regalar dulces y postres a los familiares y amigos, invitándolos a las tan preciadas Meriendas Chocolateras de la Pascua Florida en las cuales podían saborearse suspiros de novia, cajetas, jamoncillos, bizcochos de huevo, cabellitos de ángel, animalitos de pepita, delicias de almendra y muchos más dulces con que contaba nuestra gastronomía y de los cuales tantos han desaparecido.
El estudioso de las tradiciones don Sebastián Vertí, nos refiere:

Es por ello que la auténtica costumbre derivada de la tradición mexicana haya sido el obsequiar dulces y postres autóctonos, así como las meriendas con sus deliciosas frutas de horno.
Recientemente, y como consecuencia de la comunicación con otras culturas, se ha tratado de introducir las costumbres de otros países, entre ellas la de regalar huevos y conejitos de Pascua. Se trata de un uso popular europeo que pasó a la América sajona en la época colonial. El huevo simboliza para los pueblos campesinos (la pascua en sus orígenes judaicos fue una fiesta campesina) la creación del reino animal sobre la tierra. En cuanto al conejo, simbolizaba la fecundidad por excelencia, lo cual entendido en sentido espiritual era como una actitud de la mente humana en la que debe fructificar la palabra de Dios para dar frutos de bondad, amor y buenas acciones.

He aquí una de las tantas tradiciones que se han perdido en nuestra cultura popular.

Sonia Iglesias y Cabrera
                       


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La Mutilación Dentaria, una tradición perdida.

Mesoamérica   
En el territorio cultural denominado Mesoamérica, florecieron culturas tan importantes como la olmeca, la tolteca, la maya, la mixteca, la zapoteca y  la mexica. Todas ellas fueron afectas a las mutilaciones dentarias; iniciadas 1,400 años antes de Cristo,  la práctica se prolongó hasta los primeros años del siglo XVI, cuando llegaron los conquistadores españoles y la prohibieron. Veamos dos ejemplos de mutilaciones.

Los mexicas   
Según un estudio realizado por el antropólogo físico Eusebio Dávalos Hurtado, los mexicas mutilaban los dientes superiores e inferiores, aun cuando en épocas anteriores de su historia solamente se mutilaron los dientes  superiores. Esta práctica se efectuaba tanto en hombres como en mujeres. Solía hacerse en los incisivos y en los caninos. Las técnicas empleadas fueron el limado; para la incrustación se uso el taladro. Se mutilaban los dientes una vez que se había llegado a la edad adulta, a fin de no lesionar el paquete vasculo-nervioso y provocar la muerte de la pieza dentaria. A los trabajos de los dientes, fuera por remediar patologías o por mutilación ornamental, los mexicas contaban con la palabra tlanatonauiztli para designarlos; a la enfermedad del neguijón que pudría los dientes la llamaban tlanqualoliztli.

Los mexicas, así como todos los grupos mesoamericanos, utilizaron láminas de pedernal y obsidiana, y frotamiento con polvos abrasivos y agua. Para la incrustación debieron tener muchos conocimientos dentales, así como  de las piedras y de los metales preciosos que incrustarían, tales como el oro, la turquesa, la jadeíta, la pirita, e incluso el hueso, que pertenece a materiales orgánicos. Los trabajos en los dientes requirieron el conocimiento de dentistas, y la finura y cuidado de joyeros y orfebres.

mutilacion dentaria mexico
Mutilación Dentaria

Los mayas

En Yucatán, las mujeres limaban los dientes del solicitante con piedras específicas y agua, y según algunas opiniones de antropólogos, sólo entre individuos de alto nivel social, sin importar si eran hombres o mujeres. Se calcula que hasta un sesenta por ciento de la población maya recurrió a la mutilación dentaria, siendo más frecuente entre los hombres. Las mujeres gustaban más del limado que de la incrustación.

La mutilación se hacía en el borde y las caras de los incisivos, en forma de escotaduras rectangulares o triangulares; algunas mutilaciones formaban una T que era el símbolo jeroglífico del Dios del Viento Ik, relacionado con el dios Chac; de tal manera,  por medio de magia simpática se tenía la connotación del dios Ik en la boca.

En las incrustaciones los mayas solían colocarse discos de jade u obsidiana en los incisivos superiores. Las perforaciones se efectuaban con el empleo de un taladro de madera tropical y un abrasivo. Las horadaciones penetraban la capa del esmalte y las capas externas de la dentina. Para la preparación de la cavidad se empleaba un taladro de hueso, lo que se infiere por los surcos circulares que se pueden ver en el fondo de las perforaciones. Los mayas de Guatemala utilizaban una broca cilíndrica con un barreno de arco o de presión para hacer la oquedad. Cuando el agujero estaba listo, se colocaba la incrustación de la piedra elegida, con estricta precisión, pues debía ajustarse perfectamente a la cavidad. La piedra se pegaba con pegamentos tan potentes, que aun hoy se encuentran piezas dentarias con las incrustaciones en su sitio.

En general, los mayas sólo emplearon el limado y la incrustación, que fueron las técnicas de su preferencia. Se usaban independientes una de la otra, o combinadas en un mismo diente. Sin embargo, a la llegada de los españoles los mayas solamente empleaban el limado, pues hacía ya quinientos años que la práctica de la incrustación se había perdido, dado el colapso de la civilización maya.

Ni los dioses se escapan de la mutilación dental, como lo prueba el dios solar maya que presenta uno de los dientes superiores limados en forma de T. Es más, según las interpretaciones del antropólogo Gutierre Tibón, en toda Mesoamérica las mutilaciones dentarias aparecen antes en las representaciones de los dioses que en los hombres, como se ve en múltiples figuras y esculturas de dioses tales como el mencionado Ik, en la divinidad Chac, y en Kinich Ahu, el Dios del Sol. El dios supremo de los mayas, Itzamna, Rocío del Cielo, representado como un anciano demacrado y sin dientes, presenta en la quijada inferior, dos únicas muelas a cada lado, símbolo del poder y la gran fuerza generadora. Así pues, para los mayas antiguos, el diente representaba la fuerza y la energía vital, el poder y el éxito en la lucha, capacidades que se perdían a la par que se iban perdiendo los dientes. Concepción que se refuerza en el Popol Vuh cuando nos cuenta: Estos jóvenes (Hunaphu y Xbalanque) deseaban abatir al soberano que se había hecho insoportable por su soberbia; concertaron un plan para llevar a cabo sus propósitos, vigilándolo continuamente, Hunaphu logró el momento propicio para lanzarle por medio de una cerbatana una de bola de barro endurecido que le dislocó la mandíbula y le aflojó los dientes, los cuales Vacub-Cakix Siete Guacamaya, tenía incrustados en piedras preciosas. Hunaphu e Xbalanque recurrieron entonces a Zaquiminac y Zaquimacis, para que fingiéndose médicos le sacaran los dientes a Vacub-Cakix, quien debía ignorar que le habrían de practicar tal operación. Haciéndole creer que ejercían el oficio de sacar gusanos de sus dientes, causantes de su mal.

El poder de Vacub-Cakix estaba en sus dientes -aparte de sus ojos- cuando se los sacaron le pusieron unos de maíz, pero no era igual y sus rasgos se afectaron y decayeron, ya no eran más los de un jefe de gran poder; entonces el rey Siete Guacamaya murió, falto de poder y prestancia.   

Sonia Iglesias y Cabrera


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Juegos purépecha.

El uarhukua cha’anakua
Los indígenas p’urhépecha del estado de Michoacán, practican un juego que data de muchos siglos atrás, desde aquellos tiempos en que aún no habían llegado los españoles conquistadores a nuestras tierras indias: se trata del uarhukua cha’anakua, juego que simboliza el paso del Sol por la esfera celeste, y el aspecto dialéctico del día y la noche, la vida y la muerte, el bien y el mal. Este juego es una de las varias modalidades de los juegos de pelota que se jugaban en tiempos precolombinos, pero en el que no había apuestas.

Para jugarlo se requieren de dos equipos con cinco chanaris, jugadores; cada uno, los cuales con un bastón hecho de madera, intenta lanzar una pelota por los aires o por la tierra, a fin de meterla en la meta contraria, a despecho de sus adversarios quienes tratan de impedirles la jugada. La línea de saque queda al centro del terreno. Ubicados los jugadores en el campo, los capitanes se paran en la línea divisoria, dan tres golpes con la parte baja del bastón sobre la línea lateral y sobre de la pelota; con ello se indica que el juego da comienzo. Los golpes a la pelota se deben dar siempre por el lado derecho, pero se puede maniobrarla por ambos lados. Los equipos cuentan con dos capitanes, un juez que inspecciona los tiempos y los tantos (jatsíraku en singular) de los jugadores, para ver quién es el equipo ganador. Sólo los capitanes pueden dirigirse al juez en caso de alguna anomalía o cambio de jugador. El bastón no se debe levantar por arriba de la cintura; no se debe batear, patear o pisar la pelota; está prohibido detenerla intencionalmente con el cuerpo u obstruirla; y mucho menos se permite hacer caer a un jugador contrincante, entre otras prohibiciones más. Cada equipo lleva mantas que los identifican y que son hechas por las mismas familias de los jugadores.
La pelota o zapandukua, puede ser de madera, piedra o trapo, ésta última es la más usual en el estado. Los mismos indígenas son los que elaboran su pelota con un núcleo de hule espuma al que forran con tiras de algodón y amarran, fuertemente, con mecates (salvo en el caso de la pelota encendida que se hace con madera de colorín, la cual se deja remojar durante dos días en petróleo o gasolina) El diámetro de la pelota varía entre los doce y los catorce centímetros, con un peso de alrededor de doscientos cincuenta gramos para los niños, y de trescientos cincuenta a quinientos para los adultos. El bastón, que es similar al usado en el jockey, se talla de madera de tejocote, encino, cerezo o palo blanco. Ambos implementos simbolizan la relación que el hombre tiene con la naturaleza. Cuando emplea el bastón el jugador hace suya la fuerza del árbol del que fue tallado.

En una ofrenda del Opeño, en el Municipio de Jacona, Michoacán, los arqueólogos encontraron algunas figurilla que data de 1,500 a.C. En ellas están representados cinco jugadores con su mazo, y tres mujeres que se consideran espectadoras del juego. Según nos cuenta la tradición oral, hace ya bastante tiempo los partidos se jugaban entre comunidades, y las reglas se acordaban antes de dar inicio al combate: no había un número limitado de jugadores, la pelota se situaba entre los dos pueblos y ganaba aquel que llevaba primero la pelota hasta su comunidad. La bola era empujada por una rama de árbol, lo más semejante a un bastón, de ahí su nombre Uarhukua.

A veces, la pelota del juego se enciende con fuego, exactamente como un sol encendido que cruzara el cielo o como un cometa volando por los aires nocturnos. Los jugadores no se queman con la pelota, a pesar de no ir protegidos: tan solo llevan pantalón de manta, un paliacate amarrado a la cabeza, camisa y huaraches. Este juego de la pelota encendida se efectúa desde las celebraciones de Día de Muertos hasta el Año Nuevo Indígena: el 1º de febrero, por lo tanto, es un juego ritual que se efectúa en la noche para lograr un luminoso efecto. Las dos modalidades del juego: con pelota encendida y sin encender, se juegan en espacios abiertos, frecuentemente en canchas de seis u ocho metros de ancho, y de uno sesenta a dos de largo. O bien, se utilizan las calles o la plaza principal de los pueblos. Aunque estrictamente hablando, se haría necesaria una cancha de doscientos metros de largo por ocho de ancho. Aparte de la función lúdica, el juego tiene otras funciones que fomentan la sociabilidad de la comunidad, la identidad y la cohesión del grupo purépecha. Pues cuando se juega participa todo el pueblo viendo el partido y disfrutando de la música que ejecutan las bandas tradicionales.

K’uilichi cha’anakua o los palillos que suenan
Este juego tradicional del los p’urhépecha tiene origen prehispánico. En el Códice Borgia se encuentra dibujado un tablero del tal juego. Ha resistido al tiempo ya que los ancianos se lo enseñan a los niños, a fin de que no se pierda la costumbre. Este juego se forma con dos equipos integrados cada uno, por uno o más miembros. Por supuesto, es mejor que sean más los participantes, ya que así el juego es de mayor emoción. Para comenzar, cada jugador tiene cuatro fichas que pueden ser semillas, hojitas, piedritas o palitos. Se requiere de un tablero pintado sobre una piedra plana, una madera, cartón o piel, y de cuatro palillos de caña o bambú de doce centímetros, los cuales se parten a la mitad; cada uno tiene un determinado valor. El tablero es un gran cuadrado, que lleva al centro otro cuadrado más pequeño que continúa las líneas de sus ángulos inferior derecho y superior izquierdo; mismos que se encierran en un pequeño círculo. En cada uno de los ángulos del cuadrado mayor hay un cuadrado pequeño. En todas las líneas trazadas en el tablero hay cinco puntos negros. Los palillos son como los dados. Cada jugador hace dos tiros y avanza por el tablero según la puntuación que le indique el valor de los palillos. En la salida del tablero, hay dos puntos donde se cruzan los jugadores: si quedan en esos lugares su ficha se “quema” y hay que volver a empezar. Después, se entra ya al área grande del tablero y se sigue avanzando sorteando los obstáculos que son las posiciones de las fichas enemigas, a las cuales se trata de evitar o de hacer que se “quemen”. Si se cae en una casilla ocupada (los puntos negros) se tiene que volver a empezar el juego. Cuando los que juegan son dos, gana aquél que logra sacar sus cuatro fichas, haciendo todo el recorrido del tablero y “quemando” a su compañero. Pero si los que jugaron fueron dos equipos de más de uno, gana el equipo del primero que sacó todas sus fichas del tablero o “quemó” al contrincante. Jugadores de un mismo equipo no se “queman” entre ellos mismos. La tirada más alta con los kúilichi es de treinta y cinco, que se puede dividir en quince y veinte, si se mueven dos fichas. Se trata de un juego de apuestas de dinero o de objetos, o cualquier cosa que se quiera apostar.

Sonia Iglesias y Cabrera

                   


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Los «judas».

Cuando los frailes franciscanos llegaron a México a raíz de la conquista española en el siglo XVI, venían dispuestos y decididos a implantar el catolicismo entre los vencidos. Para ello, apelaron a varias tácticas de adoctrinamiento como el teatro, la música y las fiestas. Una de esas tácticas consistió en implantar los ninots (muñecos) de las Fallas de Valencia que se celebraban el 19 de marzo, día de San José. La  fecha de las Fallas estaba muy cercana a las celebraciones de Semana Santa, circunstancia que aprovecharon los frailes para elaborar un monigote a imagen y semejanza del apóstol traidor. Esta alegoría permitió a los indígenas darse cuenta de la grandeza de la religión católica y del negro futuro que esperaba a aquellos que renegaban y traicionaban al Hijo de Dios. De  esta manera, la quema de Judas se impuso en nuestro país como tantas otras costumbres y tradiciones populares que llegaron de España, pero que con el paso del tiempo se enriquecieron con el aporte y adaptación de la cosmovisión indígenas.

La fecha exacta en que se realizó la primera “quema de judas” no la conocemos, puesto que no ha llegado a nosotros ningún testimonio de los primeros cronistas. Sin embargo, es posible deducir que la costumbre se haya iniciado a partir de 1521, fecha de la derrota de los mexicas. El historiador Luis González Obregón plantea la posibilidad de que los judas hayan surgido en la misma época en que en la Nueva España se instauró la Santa Inquisición, y se llevaban a cabo los Actos de Fe: quemas públicas de herejes. En aquel entonces, el pueblo parodiaba las ejecuciones del Santo Oficio elaborando efigies de cartón a la manera de los oidores y demás autoridades españolas. En este momento histórico, los judas abandonaron su función adoctrinadora, para convertirse en muñecos contestatarios de las arbitrariedades de la oligarquía hispana. Oigamos a González Obregón:
Durante Semana Santa se vendían muñecos que simbolizaban a Judas Iscariote, junto con otro tipo de muñecos que eran representaciones de los herejes, los cuales al terminar los autos de fe inquisitoriales se quemaban como consecuencia de la sentencia establecida por el Santo Tribunal… los niños con esa tendencia imitativa que les caracteriza, después de presenciar los autos de fe se iban a jugar a sus casas y quemaban muñecos que fingían ser los reos del Santo Oficio.

Los oidores y los regidores españoles montaron en cólera cuando vieron su imagen reproducida en estos peleles de cartón y prohibieron su quema. Sin embargo, la prohibición no tuvo efecto y la costumbre siguió realizándose contra viento y marea. En esa ya lejana época, los judas se quemaban en la Plaza del Volador. El tiempo fue transcurriendo y henos aquí a mediados del siglo XIX. A pesar del carácter contestatario de los judas y de las continuas prohibiciones a que se vieron sujetos, los efímeros muñecos se negaron a desaparecer con muy justa razón. El Sábado de Gloria, y aun desde el Jueves Santo, los vendedores de judas y de matracas hacían su aparición por las calles de la Ciudad de México.

El matraquero, persona muy querida y celebrada, acomodaba sus juguetes clavándolos en una vara de carrizo. Las matracas, cuyo sonido simboliza el ruido de los huesos rotos de Dimas y Gestas los dos ladrones que acompañaron a Cristo en el Monte Calvario, destacaban por su colorido y variedad. Las había de madera adornada con mueblecitos, violincitos, guitarritas, macetitas, cubetitas, escobitas. Otras, se engalanaban con figuras de cera que representaban chinas poblanas, bailarinas, charros, frutas y flores. Estos dos tipos de matracas los compraba el pueblo, ya que no eran onerosas y sí bastante asequibles. En cambio, las hechas de oro y plata, marfil y hueso con sus dijes de filigrana no se compraban con el matraquero, sino en las tiendas de la calle de Plateros. Eran caras y sólo podían ser adquiridas por las personas adineradas.

En cuanto a los juderos, llevaban un palo de madera al que suspendían los rojos diablos carnudos y alados, o los charritos sombrerudos y panzones colocados sobre una tablita o un cartón. El judero era un personaje que llevaba camisa de manta, pantalones de dril, huaraches de cuero, sarape trincado al hombro y sombrero de palma tejida. A las diez de la mañana del Sábado de Gloria, las campanas de Catedral se echaban a repicar bulliciosamente y la artillería ponía a funcionar sus cañones y armas con gran estruendo. Dichas acciones tenían por objeto anunciar que el sacerdote que oficiaba la misa entonaba ya el Gloria in Excelsis Deo, señal inequívoca de que se había llevado a cabo la Resurrección de Jesucristo. Entonces, en ese preciso momento, en las principales calles de la ciudad, como Tacuba y San Francisco, se efectuaba la famosa “quema de judas”.

Los enormes muñecos tenían colgados de sus cuerpos de cartón chorizos, dulces, regalitos, bolsas con panes y hasta tripas con aguardiente. Cuando el pelele estallaba, los objetos volaban sobre la multitud, siempre dispuesta a atraparlos y disfrutar de ellos. Horas más tarde, la multitud dejaba la fiesta y el barullo para dirigirse a la Plaza de Santo Domingo. De ahí salía una procesión que conducía al Santo Entierro hasta la iglesia de la Concepción. Por supuesto que Santo Domingo se convertía en una verbena donde las personas podían tomar pocillos con chocolate que compraban en los portales, acompañados de mamones y rosquillas que ofrecían los mamoneros. Con estas diversiones se terminaban los festejos del Sábado de Gloria.

A todo esto, los judas continuaban su trayectoria de muñecos contestatarios que muchos problemas les había ya ocasionado. Y así, el 17 de marzo de 1853, siendo dictador Santa Anna, el coronel Miguel María de Azcárate dio a conocer un decreto en el cual se prohibía la manufactura y quema de los “judas”. Sin embargo, esta prohibición no acabó con los judas. Años después, el gobierno imperialista de Maximiliano de Habsburgo los volvió a prohibir. Pero la costumbre revivió, pues en la década de los cincuenta, los judas se quemaban en el barrio de la Merced, en las iglesias de Regina, La Palma, San Pablo el Nuevo, y la Profesa. Los comerciantes de estos rumbos solían obsequiar ropa y zapatos para que fuesen colgados en los judas. En este tiempo, los personajes que hacían los juderos se habían diversificado mucho. El 20 de marzo de 1961, el entonces Departamento del Distrito Federal prohibió la venta de cohetes, por lo que la “quema de judas” fue suspendida por temor a las multas. Lo mismo sucedió en 1988, cuando se produjo un accidente en la Merced y el regente prohibió la venta de cohetes para ser usados en cualquier festividad. A pesar de tantas prohibiciones a que han estado sujetos los judas de cartón aún se hacen pues, a Dios gracias, la cultura popular es lo bastante fuerte para resistir los embates de las adversas circunstancias sociales que se presentan y se han presentado en la historia de nuestro pueblo.

Sonia Iglesias y Cabrera