En el México prehispánico la alfarería apareció en la zona cultural denominada Mesoamérica, durante un período muy antiguo conocido como el Horizonte Preclásico, alrededor de 1,800 a 1,300 a, C. Se trata de una cerámica muy desarrollada en su técnica, forma y calidad, cuya máxima expresión la encontramos en Cuicuilco, Ticomán, Zacatenco, San Cristóbal Ecatepec, Tetelpan, Tlapacoyan, Xico, y otros lugares del Valle de México. Los artistas de este período ejecutaron con admirable destreza trípodes, platos, comales ovales, botellones zoomorfos, cajetes, cántaros, tinajas y variadas figurillas humanas.
La materia prima de la alfarería
El barro es la materia prima con la cual trabajan los artesanos alfareros. Sin embargo, debemos aclarar que no todos los barros son adecuados para elaborar objetos; ya que es necesario que posean ciertos componentes químicos que les permitan obtener determinada plasticidad para ser manejables. El barro es una sustancia de grano fino compuesto de sílica, alúmina y agua. A veces contiene hierro, álcalis, tierras alcalinas y caolín. La sílica y la alúmina combinadas con agua forman el barro alfarero fundamental, cuya fórmula química se expresa: Al2O3 2SIO2 H20.
A veces sucede que el barro es plástico en exceso, se pega a las manos y se dificulta su manejo. Para remediar este problema, algunos artesanos le agregan cuarzo, tepalcates molidos, arena, conchas u otras sustancias que consideran adecuadas. Así por ejemplo, en Metepec, Estado de México y en Tlayacapan, Morelos, los artesanos emplean la plumilla o pelusa de la flor de tule para suavizar el barro. En cambio, en Silao, Guanajuato, se emplea arena de río mezclada con estiércol.
El alfarero se procura el barro de yacimientos que existen en los alrededores de su comunidad, más o menos alejados de sus talleres o casas. Una vez que lo ha seleccionado, en su centro de trabajo lo lava, retira las piedras o basuritas que tenga, lo deja secar, lo muele y le agrega las sustancias que requiera para su óptima plasticidad.
El trabajo del alfarero
Con el barro ya preparado y listo para usarse, el alfarero o la alfarera -pues no debemos olvidar que en esta rama artesanal participan tanto los hombres como las mujeres- pueden optar por tres técnicas fundamentales para dar forma a sus piezas. La primera y más antigua la denominamos modelado a mano; con ella se elaboran los objetos utilizando simplemente las manos a partir de uno o varios rollos de barro; o bien, dando forma a un trozo de arcilla; tal y como lo hacen hoy en día los artesanos de Tepalapa, Chiapas. La segunda técnica, consiste en modelar el barro por medio de moldes o patrones de barro cocido y yeso. Más avanzada tecnológicamente que la anterior, esta técnica se empleaba ya en el México prehispánico por los pueblos de los horizontes Clásico, Postclásico e Histórico. La tercera técnica, el torneado, permite al artesano fabricar sus piezas en un torno, el cual consiste en un disco que se impulsa por medio de electricidad o de los pies, para hacer girar una superficie circular en cuya parte superior se coloca un trozo de barro. Hay tornos más elementales que consisten en una simple tabla o cualquier pieza plana, que se coloca sobre una superficie curva, y se le imprimen movimientos giratorios. El torno no fue conocido por los alfareros del México precolombino, sino que se introdujo a partir del siglo XVI, a raíz de la conquista hispana.
La cocción
Cuando el artesano ha terminado de labrar, darle forma a una pieza, la pone a secar a la sombra. Ya que está completamente seca la cuece. A esta operación se le llama quema o cochura. La cocción del barro puede realizarse en hornos circulares abiertos por arriba, como se usan en la mayoría de los centros alfareros. Pero también suelen emplearse hornos bajo tierra, como en San Bartolomé Coyotepec, Oaxaca; o a la intemperie, sobre el piso, tal como se acostumbra en Amatenango del Valle, Chiapas. El combustible para calentar los hornos es muy variado, puede ser leña, boñiga, petróleo, gas o electricidad. Estos dos últimos se emplean para cocer piezas de alta temperatura; es decir, de 1,200º C, como es el caso de la mayólica o talavera, recubierta de esmaltes a base de óxidos de plomo y estaño, que se cuece en hornos de gas o del llamado tipo morisco.
Decoración de una pieza de alfarería
Para dar un bello acabado y decorar una pieza, el alfarero utiliza varias técnicas. Puede emplear el alisado que consiste en eliminar las asperezas de un objeto para dejarlo suavecito al tacto. O bien, puede bruñirlo antes de cocerlo frotándolo con una piedra o un trozo de metal para darle un acabado brillante. Pero también el artesano suele decorar su pieza por medio del calado, en cuyo caso perforará el barro crudo para formar decoraciones geométricas o fitomorfas. Otras veces aplica un colorante de origen mineral al barro que se conoce con el nombre de engobe, empleado mucho en el acabado de los cántaros. Asimismo, el artesano puede practicar incisiones en la pieza sin hornear, con el fin de lograr un bello esgrafiado. El esmaltado se obtiene cuando al objeto se le aplica esmalte y se cuece, si el esmalte es vidriado, el artesano obtendrá una buena impermeabilización de la pieza. Cuando el objeto cerámico está cocido y se aplican sobre él dibujos monocromáticos o policromados, se dice que el artesano ha empleado la técnica del pintado. Por último, tenemos el pastillaje que sirve para decorar la pieza por medio de la aplicación de figuras hechas del mismo barro, como lo podemos observar en las muñecas que se elaboran en Atzompa, Oaxaca, y que además conservan el bello color natural del barro claro.
Las piezas de alfarería tienen diferentes usos: el doméstico, como los jarritos que cotidianamente usamos para beber atole o café; el ornamental, como los árboles de la vida de Izúcar de Matamoros, Puebla, con que adornamos nuestra casa; el ritual, como los incensarios de Yecapiztla, Morelos, en los que quemamos copal para nuestros difuntos; y el lúdico o de diversión, tal las muñecas de barro de Tehuantepec, Oaxaca, llamadas tanguyús y que se regalan a las niñas con motivo de Año Nuevo.
Principales centros alfareros
La alfarería es una de las principales ramas del arte popular distribuida a todo lo largo de México. Su importancia radica, precisamente, en esa enorme distribución, y, por supuesto, en la finura y belleza con que las mujeres y los hombres del pueblo ejecutan sus piezas. Podemos decir que existen alrededor de setenta y cinco centros alfareros que destacan por la maestría de sus artesanos. Así por ejemplo, en Puebla encontramos a Acatlán con sus cántaros, cajetes, apaxtles y chimbules; a Izúcar de Matamoros que destaca por sus muñecos animales, candeleros, y sus, famosos árboles de la vida y la muerte; está también Huaquechula en donde se labran figuras para Muertos y Navidad. En Oaxaca tenemos a San Bartolo Coyotepec que produce ollas, cántaros, pichanchas y sirenas; Jamiltepec destaca por sus juguetes a la usanza prehispánica; Tehuantepec por sus muñecas y caballitos, y San Blas Atempa por sus ollas y tinajeras para enfriar agua.
En Michoacán podemos mencionar la cerámica de Capula y sus vasijas, macetas y ollas vidriadas; las piñas y poncheras verdes de San José de Gracia; de Patamban nos asombra su loza vidriada en verde; y de Tzintzuntzan sus cuichas y tachas. Basten los ejemplos anteriores para darnos una somera idea de la enorme producción alfarera de nuestro país.
Sonia Iglesias y Cabrera
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