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Perla y el piano

En el año de 1600 Perla Santini vivía en Veracruz y estaba casada con el capitán Jorge Treviño. El padre de Perla, un famoso músico italiano acababa de morir, razón por la cual la joven se encontraba muy deprimida. La pareja decidió cambiar de aires y trasladarse a la Ciudad de Zacatecas. Perla le advirtió a su marido que no deseaba hacer vida social debido al luto, por lo cual se construyeron una casona fuera de la ciudad, a la que llamaron Villa de Rosas.

La villa era muy hermosa, de cantera rosa labrada artísticamente y con grandes jardines llenos de rosas y pájaros cantores. Por dentro, la casa estaba lujosamente amueblada y en la sala principal había un piano que hacía las delicias de la joven casada a la que fascinaba la buena música.

Después de inaugurada la villa con gran pompa, Perla empezó una vida en que se encontraba muy feliz, pues todos la querían y mimaban, desde su esposo hasta los sirvientes pasando por los amigos que solían visitarles frecuentemente.

La mujer tocaba el piano, cantaba y se había prometido ser muy feliz en su nueva morada. El capitán Treviño no cabía en sí de gusto al ver a su esposa tan feliz y optimista. Sin embargo, un mes después de haber llegado a Zacatecas, Jorge Treviño se vio en la necesidad de salir a combatir a los indígenas de Juchipila que habían armado una revuelta contra las autoridades españolas. Se despidió de su acongojada mujer y partió al combate.

La joven mujer dejó de reír, ya no cantó más y se sumió en una profunda depresión por la ausencia de su esposo y por su posible muerte. Lo único que la consolaba en ese trance era tocar en el piano tristes melodías que hacían juego con su estado de ánimo. Sus amigos y amigas trataron de consolarla, pero Perla no reaccionaba y se pasaba los días viendo por el ventanal de su casa, a ver si veía llegar a su marido.

Tan mal se encontraba la mujer que en sus noches de insomnio se ponía a tocar el piano hasta que llegaba el día. Entonces, los centinelas de la villa que su marido había dejado para que la vigilasen, y las personas que pasaban por ahí, empezaron a creer que estaba loca y le llamaron La Filarmónica a la villa.

Un cierto amanecer, uno de los centinelas que la cuidaba se extrañó de no oír las melodías que ejecutaba en el piano y dio avisó a su camarera particular. La mujer abrió el salón donde se encontraba el piano y se encontró con que su ama estaba muerta y su cabeza descansaba sobre el teclado.

Al día siguiente, llegó la noticia a la Villa de Rosas de que el valiente capitán Treviño había muerto durante una batalla librada contra los indios sublevados… ¡Exactamente a la misma hora y el mismo día en que la bella Perla había dejado de existir!

La casona cayó en el abandono, ya nunca nadie la habitó. Los mineros que pasaban frente a ella para dirigirse, muy de mañana, a su trabajo afirmaban que el ventanal de la sala se iluminaba y una hermosísima música de piano se escuchaba, junto con un desgarrador lamento de mujer. Desde entonces se le conoce a la casona como La Filarmónica.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Una dama muy caritativa

En la época colonial, en la Ciudad de Zacatecas vivía María Ana de la Campa y Cos, condesa de San Mateo de Valparaíso, mujer muy querida por todos por ser sumamente bondadosa y caritativa. Era una mujer muy rica que ayudaba a los pobres dándoles dinero y a los enfermos proporcionándoles medicinas.

Vivía doña María Ana en una casona situada en la Plaza de Villarreal. Un día, siendo ya una mujer madura, se casó con un joven humilde, pero sumamente guapo. Y ante esta desigual condición, la sociedad de Zacatecas afirmaba que el joven no amaba a la condesa y que se había casado con ella por su gran fortuna, pues era de todos sabido que la mujer le había entregado todo su dinero. El marido pronto empezó a malgastar la fortuna, teniendo cuidado de que la condesa no se enterase de sus despilfarros.

Cierto día, María Ana encontró un papel en los bolsillos de su marido en el que se ponía de manifiesto que le era infiel con una joven y bella zacatecana. Ante tan terrible desilusión, la condesa decidió vengarse del infiel. Preparó una cena-baile e invitó a las familias más linajudas de la sociedad zacatecana. Cuando el baile estaba en su apogeo, la condesa desapareció del sarao y en uno de sus coches se dirigió a su hacienda que se encontraba cercana a la ciudad. Cuando hubo llegado a pocos metros de los terrenos de la hacienda, ordenó al cochero que se detuviese, bajó del carruaje y le dio la orden de que la esperase.La casona de la condesa.

La mujer se introdujo en la casa, y en seguida escuchó risas y voces. Se dirigió hacia donde provenían las tales voces, que era nada menos que el cuarto de su marido; abrió la puerta y se encontró a la pareja de adúlteros en una situación comprometedora. Al ver tan terrible escena, María Ana, cegada por los celos y el dolor, tomó un puñal antiguo que se encontraba en una mesa y llena de odio apuñaló a los amantes hasta matarlos.

Tras haber dado muerte a su marido y a la amasia de éste, regresó al carruaje y retornó a la ciudad. Entró en la casona con la certeza de que nadie la había echado de menos y se unió a la diversión y regocijo de sus invitados.

Al día siguiente, cuando se supo del asesinato del joven esposo de la condesa, toda la sociedad zacatecana fue a darle el pésame a la viuda. Después de aquel terrible acontecimiento la condesa se volvió más piadosa y no dejaba de rezar por el crimen que había cometido. Sus caridades aumentaron y dio dinero para que se realizaran mejoras en la iglesia a la que iba siempre a rezar y contribuyó para que se llevaran a cabo mejoras en la ciudad.

Cierto tiempo después, la condesa fue objeto de sospechas; se la acusaba de haber sido ella quien diera muerte a su marido y a su amante. Sin embargo, nada pudieron probarle, y como era tan buena y caritativa nadie creía verdaderamente en la acusación, al poco tiempo se la declaró inocente. Sin embargo, a partir de entonces ella jamás volvió a salir de la casona y guardo eterno luto por el infiel y aprovechado de su marido.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Cipriana, la coqueta

En el Barrio de El Vergel en Zacatecas. vivía Cipriana Villarreal, muchacha la mar de coqueta que contaba con muchos pretendientes. Un buen día decidió casarse con Severo Sánchez, agricultor muy rico del vecino poblado de Morelos. El día de la boda los enamorados de Cipriana le jugaron una broma al novio y le pusieron su lujoso sombrero a un burro. Broma que no gustó nada a Severo y le puso de mal talante.

A la boda fue especialmente invitado el último de los novios de la coquetuela, Marcos Torres, el cual aceptó inmediatamente la invitación, para que no creyeran que estaba ardido. El día de la boda todo era expectación en la casa de la muchacha. Llegó el novio montado a caballo y acompañado de sus familiares y amigos, todos vestidos con suntuosos trajes de charro.

Al poco rato salió la novia vestida con un primoroso traje rosa y una soberbia mantilla blanca, y acompañada de sus amigas se dirigió hasta la iglesia de Nuestro Padre Jesús. La ceremonia se efectuó. Sin embargo, la novia estaba absolutamente arrepentida del paso tan trascendental que acabada de realizar.Los no tan felices novios

Al terminar la ceremonia, la novia se montó en la parte trasera del caballo de su ahora marido, y triste y nostálgicamente echó una breve mirada al famoso Cerro de la Bufa y sus numerosas amigas y amigos montaron a caballo para seguirla al pueblo de Morelos.

Al llegar a la Flor del Vergel, su nueva casa, había música y todos los habitantes del pueblo estaban presenten para participar en la fiesta. La novia reía, pero por dentro estaba muy triste. Al caer la tarde, llegó a la celebración Marcos, acompañado de varios amigos, todos ellos mineros. A todos se les atendió lo mejor que se pudo.

El baile se llevó a cabo en un corralón y los muchachos y muchachas se pusieron a bailar muy contentos por la ocasión. Uno de los invitados le pidió a la novia que cantara, pues la chica contaba con muy buena voz, pero Cipriana no tenía ganas de cantar; sin embargo, su marido insistió en que lo hiciera y tuvo que obedecerle a pesar de su tristeza. Marcos tomó la guitarra para acompañarla. En ese momento se escuchó la triste voz de Cipriana, quien cantó: Huye de mis miradas yo te lo ruego / no vuelvas nunca donde yo esté / siento que ya vacila la fuerza mía / y así olvidarte jamás podré.

Al escuchar la copla todos enmudecieron, El marido se puso pálido y Marcos rompió la guitarra. Los cuchillos salieron a relucir y empezó la trifulca. La pobre Cipriana se desmayó sobre una silla. Todo fue un bochinche tremendo.

Al poco rato los policías llegaron al corralón de la fiesta y encontraron el cuerpo de Severo sin vida y a Marcos agonizando, junto a la que fuera su novia, la coqueta Cipriana, que por caprichosa e indecisa se quedó viuda el mismo día de sus esponsales.

De esta tragedia el pueblo compuso un corrido que hasta la fecha se canta y que comienza: Año de mil novecientos / sin que yo sepa contar, / en que mataron al novio / de Cipriana Villarreal. / Cipriana era coqueta / como en el mundo no hay dos / los hombres la enamoraban / nomás de pura tos…

 Sonia Iglesias y Cabrera

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El Cristo del Perdón

Esta leyenda tuvo su origen en el estado de Zacatecas, en Peñuelas, por los años de 1565. En tal ciudad vivía un señor de apellido Medina, de oficio barretero, al que en una ocasión se acusó de haber matado a un hombre, con el fin de defender a una de sus hijas. Como era inocente decidió huir con sus hijas para salvar su vida de una muerte segura en la horca. Se fue por los montes hasta llegar al mineral de Zacualpan, sito en Sultepec en el actual Estado de México.

Cuando ya empezaba a oscurecer, los prófugos llegaron a un monte que se encontraba cerca de una ranchería conocida con el nombre de La Albarrada. Lugar que eligieron para pernoctar. Medina hizo una hoguera y en ella calentaron las provisiones que se había traído de la casa. La noche era muy fría y un fuerte viento no paraba de soplar. Juntaron muchas varas para mantener encendida la hoguera durante toda la noche y poder dormir calientitos y al amparo de algunos animales del monte.

Así pasaron la noche. Al amanecer la hoguera se había extinguido, pero Medina vio entre las piedras que circundaban al fogón, unas pequeñas láminas de metal que brillaban. Tal hecho le hizo pensar al hombre que se encontraba encima del crestón de una veta de plata y oro, lo cual le llenó de alegría.La Iglesia del Señor del Perdón en Temazcaltepec

Inmediatamente les dijo a sus hijas que se refugiaran en La Albarrada y se mantuvieran en silencio, que no dijesen nada de lo que habían encontrado. Les dejó una barreta que llevaba y un arcabuz para el caso en que tuvieran que defenderse si eran descubiertas. Mientras tanto, Medina se dirigió a la capital de la Nueva España, para dar cuenta de su hallazgo al señor virrey.

Pidió audiencia con el virrey, a la sazón don Antonio de Mendoza, quien le recibió lo más pronto que pudo al saber que se trataba de una nueva mina de oro y plata. Cuando Medina estuvo frente al virrey lo primero que hizo fue alegar su inocencia y pedir perdón por un delito al que se había visto obligado a realizar, pues el honor de una de sus hijas así lo requería.

Al escucharlo, don Antonio le otorgó su perdón, pues entendió las razones que habían llevado a Medina a matar, y pensó que si era cierto que había tal mina de oro y plata aumentaría su fortuna y la región de Temascaltepec y Sultepec progresarían.

Mendoza mandó a obreros y especialistas para revisar la zona a ver si era verdad que había tal riqueza, y poco después se habría la Mina de El Rey, cuya explotación dio empleo a muchas personas que acudieron a trabajar en la nueva mina.

Cuando Medina regresó a La Albarrada, se encontró a sus hijas en perfecta salud y protegidas por buenas personas que se habían encariñado con ellas. Las muchachas rebozaban de felicidad, pues cuando se encaminaban a La Albarrada habían descubierto otra veta de oro y plata, la cual también fue abierta para su explotación y se le puso el nombre de La Mina de las Doncellas.

Medina, que era un hombre muy religioso, por la dicha que le proporcionaba el hecho de ya no ser prófugo de la justicia y de haber descubierto dos minas importantes, decidió agradecer a los cielos tanta dádiva y mandó traer de España una hermosa imagen de Cristo Crucificado que se colocó en el Templo de Temascaltepec, donde se le adoró y se le venera hasta nuestros días, a la que se la llama El Cristo del Perdón.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Piedra Maldita

El estado de Zacatecas se encuentra situado en la región centro-norte de la República Mexicana. Su capital se fundó el 20 de junio del año de 1588, cuyos títulos, otorgados por Felipe II de España, fueron los de La Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas. Su nombre significa “lugar donde abunda el zacate”. Dicha región fue poblada por los indios zacatecas desde mucho antes de la conquista española, y por otras tribus como la guachichil, la tepehuana y la caxcán. El estado de Zacatecas siempre se destacó por su abundancia en minas de oro y plata.

Una leyenda zacatecana nos relata que hace ya algún tiempo vivían en la ciudad dos buenos amigos que se encontraban en mala situación económica. Como eran bastante ambiciosos decidieron remediar su situación y partir por el estado hasta dar con una mina de metales preciosos que los sacara de pobres.

Dicho y hecho. Misael Galán y Gildardo Higinio se pusieron en marcha en busca de una buena mina que suponían se encontraba en la zona que separa el Municipio de Vetagrande de la ciudad capital, que por cierto se trata de una cordillera.La bella Catedral de Zacatecas

Caminaron por el lugar durante cinco días hasta que se encontraron con una cueva que pensaron estaba rica en oro, pues junto a la cueva se encontraba una piedra medio enterrada muy brillante. Rápidamente se pusieron a escarbar para sacarla, ya que estaban seguros de que era de oro puro.

Después de un arduo trabajo lograron desenterrarla y, fatigados por el esfuerzo, se acostaron a descansar. Al poco rato ambos dormían profundamente. Al siguiente día, unos campesinos que pasaron por el lugar los encontraron muertos a los dos. Según dice la leyenda los amigos se pelearon por la posesión de la piedra y se acuchillaron al uno al otro en su afán por poseerla. Pero habían muerto en vano, ya que la piedra carecía de valor, aunque brillara como el oro.

La famosa piedra se quedó ahí para siempre, pues a nadie le interesó llevarse a su casa una piedra sin ningún valor. Pero ¡Ay de aquel que se encuentre con ella, porque inmediatamente se torna agresivo y ataca a todo el que se tope con él!

Según afirman algunas personas, esta piedra en un tiempo sirvió para afilar cuchillos y navajas, y por eso trasmite deseos criminales a quien tiene la mala suerte de encontrarse con ella. Como todos los habitantes de la región tenían miedo de encontrarse con la piedra maldita, decidieron llevarla hasta la parte alta del muro posterior de la Catedral de Zacatecas, debajo de la campana más pequeña, donde nadie pidiese verla y así evitar que los infortunados que le llegasen a ver se pusieran furiosos como locos y les entraran ganas inmensas de matar a algún prójimo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Celos

 

 

El marqués de Aguayo era el amo absoluto de la población de Mazapil en Zacatecas. Era muy temido por todos por su crueldad y prepotencia. Este hombre amaba con adoración a su hermosa esposa, a la que celaba en demasía. Razón por la cual ordenó a uno de sus mozos que la siguiera a todas partes para confirmar que le era infiel. Al poco tiempo el marqués se enteró de que, efectivamente su esposa lo engañaba con unos de los mozos de la hacienda, con el que se veía cuando el marido salía de viaje debido a sus negocios.

Al enterarse de la infidelidad el marido quiso matarla en el acto, pero se lo pensó dos veces y planeó su venganza. Pronto sería el cumpleaños de la adúltera, y pensó en realizarle dos fiestas al mismo tiempo. La una sería en su Hacienda de los Patos, la otra en el Real de Mazapil, en su casona donde se encontraría la mujer. Por los túneles secretos que comunicaban la Hacienda de los Patos con Mazapil y con otras haciendas más, trasladó dinero y joyas hasta la Hacienda de Bonanza, que también le pertenecía. Todo en el mayor secreto. Después pensó en cómo le haría para estar al mismo tiempo en los Patos y en Mazapil, pues ambos lugares quedaban muy lejos uno del otro. Entonces pensó en poner en lugares estratégicos de los túneles a varios caballos, para poder cambiar de cabalgadura y que los caballos se mantuvieran fuertes y con vigor necesario.Una hacienda mexicana

El día de la fiesta el marqués estaba en Los Patos celebrando a su esposa. Poco después se excusó de los invitados alegando que se sentía un poco mal para poder irse a su recámara. Se montó en uno de los caballos apostados previamente y partió a galope hacia Mazapil. Entró en su habitación por una entrada secreta, y fue a la recámara de su esposa para felicitarla y darle un abrazo. Juntos bajaron al salón donde se llevaría al cabo la fiesta, pero antes llamó a un mozo para darle ciertas instrucciones, quien por supuesto era el amante de la esposa. Al llegar el criado le dijo donde le espera uno de sus compañeros y le hizo jurar que no diría a nadie que se encontraba en Mazapil. El marqués le dio a la bella una copa de champaña envenenada y la desdichada murió en el acto.

Enseguida, el asesino se dirigió al túnel donde lo aguardaba el mozo traidor y otro más. Los mató a ambos y se dirigió a caballo hacia la Hacienda de los Patos. A todos los mozos y los caballos que estaban de relevó dentro del túnel los fue matando a sangre fría. Al llegar, apareció en la fiesta como si nada. Nadie pudo culparlo de la muerte de su esposa, pues todos los invitados juraron que no se había movido de su sitio.

Un tiempo después el marqués fortuitamente se enteró de que de su hermosa esposa nunca le había sido infiel, que todo había sido una mera calumnia del mozo investigador porque odiaba a su patrón y le tenía mucha envidia. Al enterarse, el cruel asesino se volvió loco poco a poco, y se arrepintió de sus actos y de haber matado injustamente a su esposa. Se fue a vivir a una cueva donde murió sin que nadie se diera cuenta, solo y abandonado. El tesoro escondido en la Hacienda de Bonanza nadie lo encontró nunca, por más que destruyeron la hacienda para encontrarlo.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Luz y Rafael

Vicente Saldívar y Oñate, Caballero de las Órdenes de Santiago y Alcántara decidió construir su mansión en la Plaza Mayor de Zacatecas. Encargó la decoración de los salones a un joven que había sido educado en el Convento Franciscano de Guadalupe: Rafael de Santa Cruz. Uno de los religiosos del convento franciscano era fray Diego de la Concepción, un pintor español con mucho talento, quien se había ocupado de enseñarle a pintar a Rafael desde pequeño.

La hija de don Vicente, de nombre Luz y poseedora de una extraordinaria belleza, admiraba la obra del pintor Rafael de Santa Cruz y le observaba pintar a hurtadillas. Como era de esperar, los dos jóvenes se enamoraron. Pero ambos se daban cuenta de que se trataba de un amor sin esperanzas. El talentoso pintor sabía que pronto dejaría de ver a su amada pues las pinturas que tenía que realizar en los salones debía de terminarse muy pronto, pues se acercaba la fecha del la inauguración del palacio. Razón por la cual, el muchacho apresuró cuanto pudo el ritmo de su trabajo, hasta que su salud empezó a protestar, ya que las pinturas le provocaban mareos y sus ojos se irritaban. Cuando Rafael se sentía muy fatigado se iba al solárium del la mansión, que adornaban plantas y pájaros, y ahí se encontraba con su amada Luz.

Pero llegó el día en que terminó su trabajo. Don Vicente le pagó largamente por las magníficas pinturas realizadas. Muchos influyentes de la ciudad le ofrecieron nuevos trabajos, pero el joven los rechazó pues se encontraba muy fatigado y, además, tenía en mente irse a Italia a seguir estudiando pintura. Sin embargo, al ver la tristeza que embargó a Luz cuando supo de sus planes, desistió de su ansiado viaje a Europa. En lugar de ello, compró una pequeña casa atrás de la mansión de don Vicente, que quedaba justo frente al solárium que todos los días regaba su adorada.

Como Rafael seguía sintiéndose mal, no le quedó más remedio que consultar con un médico. El diagnóstico fue que el pintor se encontraba mal del corazón y de los pulmones. El médico le aconsejó que cambiase de casa, pues se encontraba situada en una parte alta, lo cual no ayudaba a mejorar de sus males. Pero Rafael se negó a mudarse, pues sabía que ya no podría ver a Luz, aunque fuera de lejecitos, como hasta entonces lo venían haciendo, pues ambos eran conscientes de lo imposible de su amor.

El Solárium

En esas estaban, cuando una dama le encargó al pintor una imagen de Nuestra Señora de la Luz que iba a regalar al convento. Rafael aceptó. Trabajaba todo el día, menos en los momentos en que sabía que Luz acudía a la galería a regar las plantas. Entonces detenía su trabajo y se asomaba a su ventaba a verla.

Tres días después de haber terminado la imagen, Rafael murió junto a su caballete de trabajo. Luz, cuando no le vio más asomarse, envió a un cochero a la casa de su amor para ver que ocurría. Fue terrible su dolor cuando se enteró de la muerte de su amado. Desde entonces puede verse en la capilla del convento la imagen de Nuestra Señora de la Luz, cuya hermosa faz no es otra sino la Luz, la amada del pintor Rafael.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los enamorados de la Plaza de Zamora

Cuenta una leyenda de Zacatecas que en el año de 1696, Pedro de Quijano decidió que su hija María Leonor debía casarse con el minero Juan Antonio de Ponce y Ponce, quien era, además, dueño de la Hacienda de San José. La hija se negó rotundamente a obedecer la voluntad de su padre, y alegó que prefería meterse a monja o morir, antes de casarse con un viejo de cincuenta años, viudo y feo. Por otra parte, la bella joven estaba enamorada de un galán llamado José Manuel Zamora, ahijado de una amiga de la madre de María Leonor: doña Catalina de Sandoval, quien había prometido, antes de su fatal muerte, que velaría por su felicidad. Doña Catalina era rica y pensaba donarle a José Manuel toda su fortuna cuando muriese.

El padre de la muchacha insistía en que aceptara al viejo viudo, pues los problemas económicos no le dejaban vivir en paz. Entonces, ordenó a una mulata que era bruja, que siguiese a su hija, para conocer la razón se su persistente negativa matrimonial. La mulata le informó que todos los días que iba a misa la joven era seguida por un galán, y que al llegar a la pila de agua bendita, le ofrecía el agua sagrada con sus dedos y luego la acompañaba de regreso a casa. A más, le comunicó que todas las noches los jóvenes enamorados se veían en una reja que estaba detrás de la casa para platicar y pelar la pava.

Al conocer lo que acontecía con su hija y su enamorado, don Pedro, furioso, le pidió una entrevista al alcalde mayor, don Juan de León Valdez. Al recibirlo, inmediatamente le comunicó al alcalde mayor que un joven quería asesinarlo para quitarlo de su cargo público y que se trataba de un boicot organizado por los que estaban en contra de las autoridades españolas de la Nueva España. El alcalde mayor no dudó de las palabras de don Pedro, pues le tenía en gran estima, y ordenó la inmediata aprensión de José Manuel Zamora. Cuando llegó al crucero de Quijano, le entregaron una carta a José Manuel que guardó, sin leerla, en el bolsillo. María Leonor abrió en ese momento la ventana, y vio como unos guardias apresaban a su amado. Loca de dolor y miedo por su galán, la joven acudió a su adoratorio particular. Se topó con su padre, quien al verla le dijo: -¡Hija mía, el Cielo siempre castiga la desobediencia.

La Plaza Zamora en la Ciudad de Zacatecas

Pasados tres días, se alzó el cadalso frente a la casa de María Leonor donde iba a ser ejecutado José Manuel. Pálido y demacrado, pero digno, el muchacho subió las escaleras del cadalso con un crucifijo en las manos, lo besó y dirigió una última mirada a la casa de su amada. Todo había acabado: el joven fue ejecutado sin piedad.

Pocas horas después, María Leonor ingresaba al Convento de la Merced, donde murió muchos años después en olor a santidad.  La plazuela donde falleció el valiente José Manuel llevó desde entonces el nombre de Plazuela de Zamora.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Margarita y el Callejón de la Bordadora

Matilde Aranda y Zubina viuda del Hoyo, cierto día regresó de un viaje de negocios a su casa en Zacatecas, y se enteró de que su primogénito Felipe se había comprometido con la hija de su contador de nombre Margarita Díaz y ahijada suya. La mujer no estaba de acuerdo con ese compromiso, a pesar de que la joven tenía muchas cualidades, tocaba el piano, cantaba y era dulce y recatada. Pero era pobre y sin alcurnia. Ante este hecho, la señora decidió llevarse a Felipe a un ficticio viaje de negocios a México, sin escuchar las protestas del muchacho. Ante lo inevitable, Felipe acudió a despedirse de Margarita, la cual quedó muy triste por la ausencia de su prometido, pues tenía un mal presentimiento.

Una vez en México, Matilde decidió que Felipe debía casarse con una sobrina que era heredera de una cuantiosa fortuna, hija de un comerciante que vivía en España. La vida de Felipe en México estaba llena de fiestas, idas al teatro, paseos, juegos y excursiones, y bellas mujeres de la buena sociedad. Muy diferente a la vida que llevaba en Zacatecas, que era más sencilla.

El famoso Callejón de la Bordadora

Se recluyó en su casa y durante mucho tiempo se dedicó a bordar el velo nupcial de Elvira. Nunca paraba de bordar y su padre, al verla tan triste y acabada, le reprendía. Las personas que pasaban por el callejón donde estaba la casa de Margarita, la veían trabajar con ahínco por la ventana enrejada, día y noche sin apenas comer. Poco a poco, la empezaron a llamar La Bordadora.

El velo fue entregado a la novia, a todos les maravilló lo hermoso que era. La boda se efectuó. Margarita no asistió, pero su padre sí. Cuando regresó de la boda vio que su hija estaba muy enferma y se había quedado ciega de tanto bordar. Nunca más volvió  a salir la pobre muchacha de su casa. Año tras año se lo pasó sentada junto a la ventana pensando en el ingrato Felipe. Cuando la enamorada murió, toda la ciudad de Zacatecas le dio el nombre de El Callejón de la Bordadora a la callecita donde había vivido una muchacha que amó demasiado.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los valerosos huachichiles

El Cerro del Papantón se encuentra ubicado en el estado de Zacatecas, en medio de un valle al cual asistían los indígenas huachichiles en tiempos anteriores a la conquista. Estos indígenas vivían  en cuevas y solían llevar a cabo sus rituales en lo alto del cerro. 

Los valerosos huachichiles

Cuando los guerreros hispanos tomaron por la mala la región, trataron de esclavizar a los indios para que trabajaran en una hacienda que se había construido para uno de los capitanes conquistadores. Pero los huachichiles no se dejaron invadir, pues era una de las tribus chichimecas más aguerridas,  y como represalia los españoles los pasaron a cuchillo a todos.

Los habitantes del pueblo de San Tiburcio, perteneciente al Municipio de Mazapil, cuentan que por las noches se ven bolas de fuego en la cima del cerro. Las tales bolas son los indios ejecutando sus danzas sagradas dedicadas a las estrellas, a las que adoraban como diosas. Tanto han bailado los “cabezas pintadas de rojo”, significado de su nombre, que el tope del Cerro de Papantón se encuentra completamente plano, lugar en el que hoy se puede ver una capilla dedicada a la Santa Cruz que construyeron los hacendados españoles para cuidarse de los fantasmas de los valerosos indios huachichiles.

Sonia Iglesias y Cabrera