Categorías
Zacatecas

Catalina

Existe una leyenda muy antigua de Zacatecas que nos cuenta que hace ya muchos años, vivía en Jerez, una ciudad ubicada en el centro del estado, importante y muy bella, una mujer que era considerada como muy hermosa por los habitantes de la localodad; se llamaba Catalina. Las mujeres la envidiaban y los hombres la codiciaban. Pero a ella la tenían sin cuidado las pasiones que despertaba, y sólo vivía para arreglarse, contemplarse en el espejo sin parar, y salir a caminar por la ciudad y sus alrededores.

Catalina
Un cierto día, se alejó más de lo debido y se metió en una cueva para ver qué había en ella. En esas estaba, cuando de repente un hechizo maligno provocado por un ser misterioso que habitaba la cueva, la convirtió en piedra. Los habitantes del Jerez se dieron cuenta de lo sucedido, y se enteraron por medio de un chamán de que la única manera de salvar a la pobre mujer era que algún joven guapo y valiente se introdujera a la cueva, tomara la piedra en que se había convertido la desdichada, saliera sin voltear para atrás, y se dirigiera a una iglesia. Pero si se llegaba a voltear, la mujer se convertiría en serpiente, Sólo de ese modo la piedra volvería a ser la curiosa Catalina.

Joaquín era un muchacho que había conocido a Catalina, y estaba enamorado de ella en secreto. Decidió ser su salvador: se armó de valor y se dirigió a la cueva. Al llegar, muerto de miedo, se introdujo en la caverna; al acostumbrarse a la oscuridad pudo distinguir una bella piedra del tamaño de una calabaza grande, la tomó en sus brazos y salió de la cueva.

Caminando muy de prisa se dirigió al pueblo, a medio camino escuchó una dulce voz que le decía: -¡Joaquín, Joaquín, voltea a verme, soy una dama muy hermosa, ve mi escultural cuerpo! ¡Acércate a mí, y te enseñaré los secretos del arte de hacer el amor! Está cantinela se repitió durante un buen tramo del camino. Joaquín debía hacer uso de todas sus fuerzas para no voltear. Al fin cedió a sus impulsó sexuales: volteó, y vio a la mujer que era más fea que insultar a Dios en Semana Santa. En ese momento, la piedra se convirtió en serpiente que corrió a agazaparse bajo una piedra del camino.

Catalina nunca regresó a la ciudad de jerez, y Joaquín se volvió loco en brazos de una fea mujer que le había prometido la gloria amorosa.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Zacatecas

La Marcha de Zacatecas

Genaro Codina fue un compositor nacido en Zacatecas en el año de 1852, quien también se dedicaba a la cohetería y tocaba muy bien el arpa. Compuso la Marcha de Zacatecas en 1892. La primera vez que se ejecutó la pieza la dirigió Fernando Villalpando con La Banda de Niños del Hospicio. Por su fama y su donaire se la considera el segundo himno mexicano.
 La Marcha de Zacatecas

Cuenta la leyenda que en una tertulia en la casa de Villalpando, varias personas departían, entre ellas se encontraba Codina. Al calor de los licores y de la cierta rivalidad que existía entre los dos músicos, se retaron a ver quién era el que componía la mejor marcha militar. El que saliese ganador del concurso debería dedicar la composición al gobernador del estado, a la sazón Jesús Aréchiga.

Ambos músicos se dedicaron a la tarea impuesta por ellos mismos. Un día en que Genaro Codina paseaba por un parque, la inspiración le llegó y corrió a su casa para tocarla con su arpa y transcribirla al papel pautado. Por su parte Villalpando compuso su marcha militar muy ilusionado. Cuando ambos hubieron terminado sus composiciones, un jurado declaró como la más bella y la mejor a la marcha escrita por Codina. Entonces, los dos rivales organizaron una serenata con la Banda Municipal de Zacatecas, para presentársela al gobernador.

Villalpando efectuó los arreglos necesarios para adecuar la composición del arpa a los instrumentos de la Banda Municipal, y dirigió a la Banda cuando fue tocada por primera vez en 1893. Hemos  de señalar que la tal marcha se llamó, en primera instancia, Marcha Aréchiga, apellido que llevaba el gobernador. Pero el mandatario no aceptó el nombre, y sugirió que lo cambiasen por La Marcha de Zacatecas, dijo con estas palabras: – ¡Por favor, don Genaro, no le ponga Marcha Aréchiga porque con eso bastará para que sea impopular, póngale mejor Marca Zacatecas y verá usted cómo prende!
La conseja popular nos cuenta que cuando Genaro Codina escuchó la instrumentación hecha por Fernando Villalpando dijo emocionado: -¡Qué preciosa es, no creía que fuera tan linda!, a lo que Fernando respondió orgulloso: -¡Tú me la diste desnuda y yo la vestí!

La Marcha de Zacatecas tiene letra, debida a la pluma de Salvador Sifuentes, sus tres primeros cuartetos dicen:

Prestos estad a combatir / oid llama suena el clarín, / las armas pronto preparad / y la victoria disputad; /   Prestos estad suena el clarín / anuncia ya próxima lid / vibrando está su clamor / marchemos ya con valor/  Sí, a lidiar marchemos / que es hora ya de conbatir / con fiero ardor, con gran valor, / hasta vencer, / hasta morir…

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Zacatecas

La Penitencia de San Pedro

En el año de 1900, los pobladores de El Tuitan, en el Municipio de Jalpa, Zacatecas, decidieron llevar a un sacerdote a la nueva capilla del santuario para que oficiase misa en honor a la Virgen de Guadalupe. El 12 de diciembre el cura esperó desde las cuatro de la mañana a que fuesen a buscarle, pero nunca llegó nadie. Entonces, se puso los hábitos, tomó el recipiente de las hostias, y emprendió el camino hasta la capilla. Empezó a subir los empinados montes alumbrándose con una lámpara. Pero en un tramo sumamente difícil, el fraile se tropezó y las hostias se desparramaron por el polvoso suelo, presuroso siguió su camino dejándolas tiradas, y llegó a al santuario cuando sonaba la última campanada llamando a misa.
 La penitencia de San Pedro

Poco tiempo después, al sacerdote lo cambiaron de lugar, en donde permaneció hasta que se hizo viejo y se murió. Al morir se fue directamente al Cielo donde San Pedro lo estaba esperando para explicarle que tenía una deuda pendiente en la Tierra. Desconcertado, el religioso le replicó a San Pedro con humildad, que siempre había sido un buen sacerdote, que nunca había faltado a sus votos y que  había cumplido con sus obligaciones formalmente. Entonces, San Pedro le dijo que se acordara de Jalpa y del accidente que había tenido cuando se dirigía al santuario de la Virgen a oficiar misa, hacía ya varios años. Como penitencia San Pedro le dijo que era necesario que todos los días fuera a la Tierra a buscar las hostias que había dejado tiradas en el camino, ya que el haberlas dejado era un terrible sacrilegio. Cuando las encontrara podría entrar al Reino de los Cielos.

Así pues, cuenta la leyenda que desde entonces, el descuidado sacerdote llega al lugar donde se tropezó y busca desesperado las hostias. Los habitantes de Jalpa aseguran que se ve el alma del cura penando por los montes, con una lámpara en la mano busca frenético las hostias olvidadas.

La conseja popular afirma que si se quiere ayudar al sacerdote a entrar al Cielo, vaya uno a buscar las hostias perdidas para entregárselas, y así deje de andar como alma en pena asustando a las personas que tienen la desgracia de toparse con él.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Zacatecas

Había una vez una piedra negra.

Gildardo Higinio y Misael Galán se fueron a la sierra zacatecana a buscar una mina, pues eran ambiciosos y quería hacerse ricos. Encontraron una cueva donde se encontraba una piedra negra muy brillante. Pensaron que sería de gran valor y que podrían venderla a buen precio si la partían en pedazos. Los habitantes del pueblo donde vivían los muchachos, considerando que habían encontrado un tesoro en sus búsquedas, les esperaban con una gran fiesta.
 Había una vez una piedra negra

Pero el tiempo pasó y los muchachos nunca llegaron. Los hombres del pueblo se decidieron a ir a buscarlos. Los encontraron a la entrada de la cueva muertos apuñalados. Nadie se explicaba cómo habían muerto los dos amigos: si los habían matado para robarles la piedra, si se habían herido en una pelea o si se habían suicidado. Sin embargo, la piedra negra se encontraba junto a los cuerpos de los jóvenes, lo que hacía poco plausible la idea de que hubiesen sido atacados por bandoleros. Los hombres cargaron a los caballos con los cadáveres y se regresaron al pueblo.

Se llevaron al cabo los funerales y el entierro de los desdichados buscadores de tesoros. Un comerciante del lugar había guardado la piedra negra. Al poco tiempo, asesinó a su esposa y se quitó la vida, hecho que extraño a los lugareños, pues eran un hombre intachable y bondadoso. Como la misteriosa piedra negra había formado parte de los dos espantosos sucesos, decidieron devolverla a la cueva. Unos cuantos hombres fueron los encargados de llevarla de regreso al monte. Pasaron cuatro días y no volvían. Asustados, los vecinos del pueblo fueron a buscarlos. Al llegar cerca de la cueva, horrorizados, vieron que los hombres estaban muertos.

Todos  fueron conscientes que la causa de tantas muertes era la piedra negra y que se hacía necesario deshacerse de ella a toda costa. Fueron en busca de un sacerdote, quien roció la piedra negra con agua bendita, para luego ser trasladada a un sitio secreto.

La leyenda cuenta que puede verse la piedra en un muro de la catedral de Zacatecas, cerca de una campana que se pone a repicar cuando alguna persona trata de acercarse a la maldita piedra negra.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Zacatecas

El Cristo enterrado

Hace muchos años, en el siglo XVII, unos mineros de Zacatecas de la zona de Concepción del Oro, quisieron agradecer a Dios el privilegio de contar con tantas minas y arroyos de donde extraer ricos minerales. Se organizaron a fin de recolectar oro y mandar hacer un crucifijo con un Cristo que tuviese el tamaño natural. Cuando se reunió el oro suficiente lo enviaron a la ciudad de Saltillo para que lo hiciese un escultor. Los mineros, junto con otros creyentes, pensaban hacer una peregrinación con el Cristo, desde Saltillo hasta Mazapil, donde se encontraba la mina en que trabajaban. Así lo hicieron, la peregrinación salió el día señalado, acompañada de danzas, cohetes, y cantos.

El Cristo enterrado

En un descanso que los peregrinos hicieron cerca de la localidad de Bonanza, para luego emprender el camino por la sierra, por la noche fueron atacados por una cuadrilla de ladrones, todos perecieron a manos de los forajidos. El crucifijo fue enterrado por los malhechores, quienes pensaban recuperarlo más tarde para venderlo a buen precio. Un niño que, milagrosamente, se había salvado de la masacre ni tardo ni perezoso, fue a Bonanza, el pueblo más próximo, a solicitar ayuda. Los vecinos acudieron al lugar de los hechos sin tardanza, buscaron a los ladrones y los ejecutaron a todos.

El niño sobreviviente estaba muy traumado por la terrible matanza que había visto y olvidó decir que en el mismo sitio se encontraba enterrado un crucifijo con la imagen de Cristo. Más tarde recordó el hecho, pero nunca supo decir con exactitud donde se encontraba el sagrado entierro.

Desde entonces, muchas personas han acudido a las inmediaciones en donde se perpetrara la matanza, con el objeto de excavar y encontrar el famoso Cristo que es muy valioso. Nadie lo ha logrado y la imagen de oro puro sigue enterrada misteriosamente.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Zacatecas

«Cajón de Reales»

En Zacatecas, hace ya muchos años, vivía una señora a la que apodaban Cajón de Reales, ya que cuando se refería a sus riquezas ella respondía: – ¡Sólo tengo un cajoncito de reales donde guardo el dinero para mantener a mis perritos! Pues doña Nicolasa Rojas tenía en su casa muchos y variados perros.

La señora era una usurera, una prestamista que vivía en la mejor calle de unos de los barrios de Zacatecas,, situado cerca de la estación de ferrocarril. Su casa se encontraba muy protegida, pues doña Nicolasa les temía a los ladrones; de ahí que tuviera tantos perros y una gruesa puerta de madera con tranca. Nadie la quería en el barrio, pues aparte de prestamista traficaba con joyas robadas.

Cajón de reales

En cierta ocasión llegaron a la ciudad unos titiriteros y pusieron su teatrino en la Plazuela de Carretas. Los artistas eran dos hombres y dos mujeres comandados por un jefe negro. Doña Nicolasa no se perdía función, iba todas las noches a la carpa. Al regresar a su casa la acompañaba el negro del cual se había hecho muy amiga. Una noche en que cenaba con la troupe fue vista por varios vecinos.

Al día siguiente corrió la noticia de que el Santuario de Nuestra Señora del Patrocinio de la Bufa había sido robado. La policía no encontró a los ladrones. Pasaron muchos días. Los vecinos de la casa de doña Nicolasa oían que los perros aullaban demasiado y dieron aviso a las autoridades. Cuando éstas llegaron y abrieron la casa encontraron a Doña Cajón de Reales devorada por los canes. Encontraron en un gran cajón parte de las joyas y las vestimentas de los santos que fueran robadas en el Santuario.

Todo el mundo atribuyó el robo a la mujer y a los titiriteros que habían quitado su carpa y desaparecido sigilosamente. El hecho de que devoraran a la mujer sus propios perros, fue considerado como un castigo divino por su participación en el robo, pues los empleados del rastro se habían olvidado por completo de entregar a la dama la carne necesaria para alimentar a los perros, como era costumbre. Desde entonces, la calle donde vivió Doña Cajón se llamó El Callejón de los Perros.

Sonia Iglesias y Cabrera