Una leyenda relata que antes de que la ciudad de Aguascalientes fuera una villa, vivía cerca del actual Jardín Zaragoza una familia chichimeca en un pequeño jacal. La pareja de jóvenes esposos contaba con una hijita de nueve años; la niña era muy bonita y de muy buen carácter. Como buenos religiosos que eran, los padres veneraban al dios de los mercados, y la nena era devota de Chulinche, un dios ciego. Todos eran muy felices hasta que los padres murieron. Cuando la jovencita quedó huérfana, el dios que ella veneraba le envió a un emisario para que la cuidase.
Pero la joven era un tanto frívola, coqueta y desubicada, y su vida no era precisamente una muestra de buen comportamiento. Por tales razones, Chulinche se le presentó y le preguntó que cuáles eran sus ambiciones, que lo que quisiera se le concedería hasta el día de su muerte; pero el cerebro de la joven no estaba muy bien, desvariaba y estaba un poco loca.
Así fue creciendo la jovencita. En un momento dado, Chulinche se compadeció de la mujer y le pidió ayuda a otros dioses para que la ayudaran a sanar a la india chichimeca. Así lo hicieron y la joven sanó gracias al poder divino, a condición de que poblara todo el territorio donde vivía.
Entonces, la joven se dirigió a un adoratorio que tenía en su jacal, donde guardaba un libro que trataba de sucesos notables y misteriosos. Pero Chulinche le advirtió que aún no era el momento adecuado de poblar la región, a lo que la bella india replicó que mientras más pronto cumpliera lo pedido por los dioses, mejor. El dios volvió a decirle que esperase. Mientras tanto la joven seguía escribiendo en su libro su proyecto de población. Cuando terminó le dijo a Chulinche que debía empezar, el dios aceptó, y la joven se puso a fabricar muñecos de barro que distribuyó y les dio vida con su aliento.
Los seres humanos creados por la muchacha la quisieron mucho porque era muy bondadosa con ellos, la creían una diosa, a la que ofrendaban miel y leche. Cuando murió le ofrecieron novenarios y ayunos en los cuales solamente comían queso y miel, y se clavaban espinas de maguey en las rodillas.
Poco después, los pobladores de Aguascalientes le dedicaron una calle, que se encuentra al final de la Calle Juárez de la actual ciudad.
Sonia Iglesias y Cabrera