Felícitas Sánchez Aguillón nació en Cerro Azul, Veracruz en el siglo XIX. Tuvo varios apodos, se la conoció como La Espanta Cigüeñas, La Descuartizadora de la Colonia Roma, La Trituradora de Angelitos y La Ogresa de la Colonia Roma. Se trataba de una mujer enfermera y partera que cometió muchísimos asesinatos de infantes en el ejercicio de su profesión. En su casa de la Colonia Roma se dedicaba a practicar abortos clandestinos, a la vez que traficaba con niños.
Se dice que desde pequeña fue muy mala y perversa; gustaba de asesinar con lujo de crueldad a los perros y los gatos que lograba atrapar. Siempre tuvo muchos problemas con su madre por su extraña conducta. En 1900 se graduó como enfermera en Veracruz y se casó con un hombre de carácter muy débil llamado Carlos Conde, con el que tuvo un par de hijas gemelas, a las cuales vendió, alegando que su estado económico era desastroso. Felicitas era una repugnante mujer gorda y grosera, siempre enojada y mal encarada. Nadie la quería.
En 1910, la horrenda Felícitas decidió irse a vivir a la Ciudad de México y separarse de su marido. Alquiló un departamento en la calle de Salamanca Núm. 9, y empezó a ejercer como partera. A dicho departamento acudían mujeres de dinero para atenderse, lo cual resultaba muy extraño para los vecinos, quienes también se habían dado cuenta de que los caños del edificio se tapaban muy frecuentemente. Cuando esto sucedía la fea mujer llamaba a un plomero llamado Roberto Sánchez Salazar, quien destapaba los caños y mantenía la boca cerrada. De su departamento a veces salía un pestilente humo negro que preocupaba a los vecinos.
Con los abortos que practicaba empezó a ganar mucho dinero. Su fama se extendió entre las mujeres que querían abortar. Felícitas las sacaba del problema sin importarle cuanto tiempo tuvieran de embarazo. Muchas veces se robaba a los recién abortados cuando ya estaban de muchos meses de gestación, y los vendía a personas que ansiaban tener hijos. En ocasiones las madres recién paridas le vendían a la mujer sus hijos, para que esta a su vez los vendiera a precios altos. En 1910, fue aprendida dos veces, pero salió pagando multas de poca monta.
Como a veces no lograba vender a los niños, los mataba sin piedad. Con los niños fue muy cruel, pues los torturaba bañándolos con agua fría, dándoles comida podrida o dejándoles sin comer varios días. Cuando se trataba de matarlos, los inmolaba, los ahogaba, o bien los apuñalaba o los envenenaba. Una vez muertos, los descuartizaba, y se deshacía de ellos tirándolos en las coladeras de la calle, en el drenaje del edificio, en la basura, o los quemaba en una caldera.
Con el dinero que obtuvo de los abortos y el tráfico de niños, puso una miscelánea que se llamó La Quebrada, y estaba situada en la Calle de Guadalajara Núm. 69, la cual también le servía como “clínica” para llevar a cabo sus fechorías.
En 1941, una alcantarilla del edifico de Salamanca se tapó. El señor Francisco Páez, que tenía una tienda de abarrotes en el primer piso, llamó a un plomero, quien auxiliado por varios albañiles procedió a quitar el piso de la tienda para destapar la cañería. Al levantarlo quedaron petrificados pues encontraron carne humana podrida, algodones con sangre y un cráneo de niño. Inmediatamente se llamó a la policía para que arrestaran a Felícitas. Al entrar al departamento en que vivía, en su cuarto encontraron un altar con velas, agujas, ropa de niño, fotografías de sus víctimas y un cráneo humano.
Para cuando la policía acudió a la miscelánea, la mujer se había dado a la fuga. Poco después fue apresada y salió libre, por haber comprado o amenazado al juez que dictó su sentencia. Sin embargo, terminó suicidándose con nembutal cuando se dio cuenta que ya no podía seguir “trabajando” en lo suyo.