En Saltillo, la capital del estado de Coahuila de Zaragoza situado en el norte de la República Mexicana, una leyenda muy popular relata un hecho inverosímil. El 4 de octubre de 1972, un tren que venía de Real de Catorce chocó contra otro. La catástrofe fue terrible y en ella murieron muchísimos pasajeros. La vía donde ocurrió el percance se cerró, y nunca se volvió a utilizar quedando en el lugar los vagones del ferrocarril abandonados como chatarra.
Pasado el tiempo, una noche invernal, un vigilante nocturno, un sereno, al hacer su ronda, acertó a pasar por el lugar del choque. De pronto, escuchó el llanto de un niño que procedía de unos de los vagones. Se acercó a ver qué sucedía y se encontró con un niño de siete años que lloraba desconsoladamente. El sereno le preguntó la causa de su llanto y si vivía por ahí. El niño, sollozando, le contestó que no vivía por ahí, que venía en un tren con su mamá y que ahora no la encontraba. Apiadado, el sereno quiso ayudarlo y se comunicó con la central de trenes. Preguntó la hora en que había pasado el último tren, porque tenía a un niñito que había perdido a su mamá, tal vez porque se había bajado de alguno de los vagones. Pero le respondieron que hacía años que no pasaba ningún tren por ahí, y que la vía había sido clausurada a causa de un antiguo accidente.
El vigilante volteó a ver al niño que ya no lloraba, sino que reía escalofriantemente. Cuando vio su cara se dio cuenta de que se deformaba horriblemente. El hombre sintió un miedo terrible y se desmayó. Cuando recuperó el sentido se encontraba en una clínica en donde pasó varios días para ser atendido de los nervios. Cuando regresó a sus labores, jamás volvió a pasar por la vía donde había tenido lugar el funesto choque y donde se aparecía el horripilante niño llorón.
Sonia Iglesias y Cabrera