Gabriel Gavira era un muchacho nacido en el estado de Durango. De joven peleó con las tropas revolucionarias contra la dictadura de Porfirio Díaz. Luchó en muchas ciudades de la República Mexicana. Cuando se encontraba en Guanajuato conoció a una hermosa mujer llamada María del Refugio, Cuca, de la cual se enamoró perdidamente. Después de un tiempo de pelar la pava en el balcón de la casa de la chica, se comprometieron en matrimonio. Todo iba bien, pero, repentinamente, Gabriel, que ya era general y comandaba una brigada, fue llamado a la ciudad de Zacatecas. Desolado por la orden, pero obediente como buen soldado, Gavira acudió por la noche a despedirse de su novia. Tocó, salió Cuca, le dio un beso, y atenta escuchó que se hacía necesario retardar un poco la boda, pues Gabriel debía salir inmediatamente para Zacatecas. Pero Cuca se negó a separarse del su querido soldado y, decidida, le dijo que se iba con él.
A las diez de la noche se encontraban en el tren militar en el cual partían las tropas constitucionalistas a pelear contra Pancho Villa. Pasada esta contienda, y siempre junto a Cuca convertida en soldadera, las tropas carrancistas se dirigieron a Durango, donde el general Gabriel Gavira fue nombrado jefe de la Comandancia Militar y gobernador del estado y Cuca se convirtió en la primera dama.
El 24 de febrero de 1918, Pancho Villa atacó a las fuerzas militares carrancistas que se encontraban acantonadas en Santa María del Oro, Durango. Gabriel se aprestó con sus tropas a combatir y defender la plaza. Cuca no le pudo acompañar, pues se encontraba encinta de su tercer hijo. Cuca le despidió temerosa y sufrida, diciéndole: ¡Amado mío, si por desgracia murieras en campaña, ordena a tus soldados que traigan tu cadáver a la casa para poder darte un beso de despedida!
El general salió bien librado, no fue herido. Regresó a su casa ilusionado por ver a su querida Refugio. Pero el cruel destino había decidido que no la encontrara con vida. Víctima de su mala salud y de las preocupaciones por su esposo, la mujer había muerto. Cuando llegó Gabriel, hacía ya veinticuatro horas que la habían enterrado. Inmediatamente se dirigió al Panteón de Oriente, y exhumó el ataúd con el fin de dar a Cuca el último y prometido beso. Pero cuando abrieron el ataúd, Gabriel vio que el cuerpo se encontraba boca abajo con las manos laceradas, como si Cuca hubiese sido enterrada en vida y hubiese tratado se salir de la trampa mortal. Desesperado, el general la sacó, la llevó a la casa donde fue velada durante dos días con la esperanza de que la joven reviviese; la vieron doctores, pero todo fue inútil. Gabriel la besó por última vez y Cuca fue enterrada nuevamente. En su lápida el viudo mandó que se escribiese el siguiente epitafio, que comienza: Fue en un tiempo honrada y hermosa/ raro en mujer sin fortuna/cual ninguna cariñosa/ Discreta como ninguna. Todavía puede verse la abandonada tumba de la hermosa Cuca en la Mansión del Reposo, en el lote 261, letra E.
Sonia Iglesias y Cabrera