Guanajuato, Epoca Colonial
Cuenta la Leyenda que a mediados del Siglo XVI, en una casa del poblado de Marfil, Guanajuato, se hallaba una capilla de oro que formaba parte de la mansión de un hombre millonario, quien atesoraba dentro de ella figuras de metales preciosos que eran la decoración de su lugar sagrado.
Su dueño era Don Jacinto Marfil, personaje fanfarrón de origen andaluz procedente de Málaga, España, que aun sin haber acreditado su título nobiliario se presentaba como Conde.
Bajo esa capilla había unos largos túneles que comunicaban con una gran y productiva mina, propiedad de Don Pedro Marfil de Lagos, tío del Conde Jacinto. Este último mantenía en secreto dicho pasaje subterráneo, pues por las noches robaba oro de la mina de su tío, con lo que iba acrecentando con rapidez su fortuna.
En los límites de la capilla, a la entrada del camino clandestino, se elevaban dos enormes jacarandas como si fueran guardianes protectores del tesoro. Se dice que una noche de fin de año, en la mina de Don Pedro se produjo una gran explosión, la ola expansiva impactó en los cimientos de la capilla que se desplomó al tiempo que era prácticamente devorada por los corredores situados debajo de ella. Sólo quedaron de pie tres arcos de piedra que daban acceso al camino que fue obstruido por los escombros.
El Conde de Marfil desesperado, escarbó con sus uñas para tratar de sacar el oro y las valiosas estatuillas, pero sólo encontró la cabeza de un ángel que tenía en el altar para proteger su fortuna. Ante la imposibilidad de recuperar su tesoro enloqueció y se arrojó de cabeza al pozo que se encontraba frente a las ruinas de la capilla. Días después su cadáver emergió. Quienes lo encontraron se estremecieron pues el cuerpo de quien había sido un hombre de gran estatura, estaba reducido al tamaño de un feto, fenómeno que se atribuyó al agua contaminada por lo minerales de la tierra.
El pueblo fue conocido como Real del Marfil, en reconocimiento a Don Pedro, pero en realidad lo que permaneció en la memoria de los lugareños fue lo ocurrido al Conde Jacinto, pues durante varios años dio mucho de qué hablar, ya que el terreno donde se encontraba la capilla quedó embrujado: quienes permanecían sobre él, aunque fuera por minutos, enloquecían. Años más tarde, para acabar con esa maldición, los clérigos del curato del poblado bendijeron el lugar y colocaron en él una figura de piedra del patrono del pueblo, el apóstol Santiago, pero no fue suficiente para acabar con el maleficio.
El hechizo desapareció hasta que por el consejo de una vecina devota se ubicó en el predio encantado, la imagen de un reverendo desconocido llamado San Espiridión, a quien se le rezó, pues decían que concedía casi todo lo que se le solicitaba, siempre y cuando la petición fuera implorada con insolencias que rimaran. A partir de entonces sólo pierde la razón, quien visita el lugar y no saluda con groserías al santo milagroso.
Real del Marfil llegó a convertirse en núcleo de riqueza y esparcimiento, vivió en el despilfarro y los excesos por mucho tiempo, sin embargo, llegó el momento en que sufrió calamidades y las minas de su alrededor se clausuraron y entonces se transformó en un genuino pueblo fantasma.
Cuatro siglos después de aquéllos espeluznantes sucesos, cuando nadie tenía conocimiento de ellos, se removió la tierra en lo que fue la capilla y se descubrió la cabeza del ángel y el pequeño cráneo, aún con la dentadura completa de Don Jacinto.
Hay quienes afirman que en el invierno, durante las noches de luna llena, se escucha en la casa y sus alrededores un lamento tenebroso, pues dicen que todavía sufre al saber enterrado su tesoro…el ilustrísimo Don Jacinto, Conde de Marfil.
Cierto o falso, nadie la sabe, lo interesante es que Marfil con sus ex haciendas, casonas y rincones llenos de misterio es un lugar propicio para las leyendas, que como esta rescatan parte de su historia y de sus personajes.
Enviado por Carlos Tena Tamayo