Chalchiutecólotl, Precioso Búho Nocturno, dios del Inframundo, de la pestilencia y del misterio fue venerado y temido por los mexicas. El tecolote, “pico encorvado”, símbolo de la muerte y de la noche, era el décimo de los trece glifos del Tonalpohualli, Libro de la Adivinación. Chalchiutecólotl fue el eterno acompañante del dios Tezcatlipoca, a la vez que el mensajero del dios de la muerte y patrón de aquellas personas que nacían el día Miquiztli, “muerte”. Se le temía porque presagiaba enfermedades y catástrofes, y se le ligaba con los Tlacatecólotl, “los hombres búhos”, ladrones y violadores quienes tenían la capacidad de convertirse en tecolotes cuando estaban a punto de ser atrapados y así poder huir. Desde entonces, el tecolote anuncia la muerte: “Cuando el tecolote canta el indio muere”, dice el refrán.
Los nahuas de la región de los Tuxtlas, Veracruz, ven al tecolote como un ave de mal agüero que envían los brujos con el propósito de quitar el alma a los hombres y causarles la muerte. Los brujos arrojan tecolotes disecados rellenos de hojas de maíz al techo de la casa donde vive la persona que desean matar.
Los nahuas de Chicontepec cuentan que en el inicio de los tiempos, Ompacatotiotzin, el dios dual, durante la repartición de las tareas que correspondían a cada uno de los dioses en el momento de la Creación, indicó a Tlacatecólotl, el Hombre Búho, que él sería el encargado de vigilar la conducta de los seres humanos y de dar el castigo que se merecían aquéllos que pecaran de desobediencia. Fue su esposa Miztli, la Luna, la designada para ayudarle a llevar a cabo dicha tarea. El Hombre Búho es también quien propiciaba el equilibrio cosmogónico, pues auxiliaba al dios Sol en su tarea de alumbrar a la Tierra; sus dos amos son el Sol y la Luna.
El dios Tlacatecólotl otorgaba riquezas a los hombres, pero que también podía quitárselas a su arbitrio; gustaba de provocar discordias, pero resolvía muchos problemas de difícil solución; curaba las enfermedades, pero también era capaz de provocar la muerte; era el actante mediador entre el bien y el mal. Debido a estas cualidades contradictorias y al poder que tenía para ejercerlas, fue un dios muy respetado y muy temido. Tlacatecólotl tenía un espejo luminoso y mágico en un cerro llamado Xicoatepec. Gustaba de usar indumentaria de color café y de llevar un sahumerio con copal en las manos del cual nunca se desprendía.
Sonia Iglesias y Cabrera