Cuenta una leyenda del estado de Morelos, que en las afueras del pueblo de Cuautla sucedió un hecho muy extraño hace ya cerca de un siglo. En una casita de ladrillo y tejas vivía un matrimonio aún joven. Ella, de nombre Eufrasia, era delgada y agraciada; él, llamado Ernesto, tendía a la gordura sin dejar por ello de ser atractivo. Pero Eufrasia no estaba muy contenta, pues su marido no la atendía como debía, sino que pasaba mucho tiempo fuera de casa y se olvidaba de ella, razón por la cual la mujer se encontraba muy molesta.
Ni que decir tiene que la mujer estaba muy triste y desilusionada de Ernesto. Una noche que se encontraba especialmente aburrida y desesperada, al ver que su marido no aparecía por la casa, decidió dar una vuelta por el campo. De repente se encontró con un hombre muy alto y sumamente atractivo que se ofreció a hacerle compañía, y a acompañarla de regreso a su casa. La joven aceptó. Después de este primer encuentro, se reunían todas las noches a platicar. Hasta que un día Eufrasia hizo el amor con el desconocido.
Al cabo de unas semanas, la muchacha se dio cuenta de que estaba embarazada. En su desesperación decidió decirle a Ernesto que el hijo era suyo. El hombre se creyó el cuento. La infiel mujer nunca volvió a ver al desconocido. Pasados unos meses la joven dio a luz a un niño, de ojos negros y pelo como el azabache.
Decidieron bautizarlo en la Iglesia de Santiago Apóstol un día viernes por la mañana, en que el sol brillaba esplendoroso. Cuando el sacerdote estaba por derramar el agua bendita en la cabeza del pequeño, éste pegó tremendo salto de los brazos de su madrina, y salió corriendo del templo ante el azoro de los asistentes a la ceremonia.
Nunca más lo volvieron a ver. Sin embargo, la conseja popular cuenta que son ya muchas las personas que han visto al niño del pelo negro, ojos de azabache, y pequeñas protuberancias en la frente saltar por el campo y la ciudad, divirtiéndose con tremendas travesuras que les hace a los habitantes de la región. Las travesuras unas veces son simpáticas y otras llegan a ser crueles; como aventar culebras venenosas a los distraídos o arrojarles espinas dañinas a las mujeres; por eso nadie quiere toparse con el bastardo travieso.
Sonia Iglesias y Cabrera