Araró es un pueblo del estado de Michoacán, situado en el Municipio de Zinapécuaro. Su nombre completo es San Buenaventura de las Aguas Calientes de Araró. Este poblado es famoso, además de por aguas termales, porque en él se encuentra la imagen del Señor de Araró, cuya fiesta patronal se celebra el segundo viernes de cuaresma y el jueves de ascensión, cuyas fechas son variables. La imagen es muy bella, hecha de tamaño natural y muy ligera, pues está elaborada con una pasta llamada tatzingueni: una mezcla de caña de maíz pulverizada a la que se agregan los bulbos de una orquídea conocida como tatziqui. Esta pasta fue empleada por los antiguos purépecha para labrar muchas de las imágenes de sus dioses originales.
En el siglo XVI, el obispo don Vasco de Quiroga, hizo que viniese a tierras michoacanas don Matías de la Cerda, para que aprendiese a realizar imágenes con dicha pasta, desconocida en España. Uno de sus descendientes, Luis de la Cerda, antes de comenzar a trabajar la pasta con la que daría vida a sus esculturas, se confesaba y rezaba para que todo saliese con esperaba, pues se trataba de un hombre muy devoto.
Hasta la fecha, el Señor de Araró sigue siendo muy venerado y querido. Una leyenda nos cuenta que a finales del siglo XIX, una joven muy bella que vivía en la Ciudad de Guanajuato, contrajo una enfermedad misteriosa que le empezó a carcomer la nariz. La niña de nombre Consuelo, estaba próxima a casarse con el hijo de una de los más ricos mineros de la región. Ambos se amaban mucho; sin embargo cuando Diego, el prometido, vio que su novia se iba quedando sin nariz, empezó a alejarse de la desgraciada Consuelo.
Ni que decir tiene que los padres de la chica trajeron a todos los médicos famosos del estado de Guanajuato con el fin de que curaran a su pequeña. Pero todo fue inútil.
Un cierto día, la tía María le dijo a la madre de Consuelo que en Araró existía una imagen de Jesucristo crucificado que era muy milagrosa, que llevase a la joven para que le pidiese un milagro que la salvara de su tragedia. Decidida, la familia emprendió el viaje al santuario de Araró. Al llegar Consuelo se postró inmediatamente ante el Cristo, y le pidió con toda la fuerza que le dio su dolor que la curarse. Así pasó una semana. Regresaron a Guanajuato. Pasó otra semana más y Consuelo empezó a notar que su nariz se curaba y ahí donde había llagas brotaba carne nueva y sana.
Al mes, estaba completamente curada y Consuelo pudo casarse con Diego, quien vivió siempre agradecido al milagroso Señor de Araró. Desde entonces nunca faltaron a las misas de celebración del Cristo, y siempre se cuidaron de ayudar a los necesitados.
Sonia Iglesias y Cabrera