Las Pléyades, “palomas” en idioma griego, son un grupo de estrellas jóvenes situadas a 450 años luz de la Tierra; los abuelos tepehuanes de Durango relatan que son mujeres jóvenes, y como todas las mujeres de la Tierra son hermanas. Estas mujeres-estrellas vivían con un hombre que las mantenía por completo; las vestía y les llevaba de comer, por lo cual ellas estaban muy contentas. Un día, el hombre no pudo encontrar alimento que llevarles, por lo que decidió sacarse sangre de la pantorrilla y ofrecérsela a las jóvenes, la sirvió la sangre en una hoja de higuera y se las llevó. A fin de que no les diese asco, el hombre les dijo que la sangre pertenecía a un venado; así las estuvo alimentando durante un cierto tiempo. Pero las bellas mujeres se dieron cuenta del engaño, se indignaron, se enfurecieron, gritaron, y decidieron irse al Cielo a vivir, en donde todavía se encuentran.
Cuando ya caída la tarde el hombre regresó a la casa, las buscó y no las encontró. Vio sus huellas en el patio y decidió seguirlas a ver si las encontraba, pero no dio resultado. Cansado de la búsqueda, el buen hombre se fue a la cama a dormir. Unos ratones se encontraban cerca del lecho, el hombre al oír ruiditos creyó que eran las jóvenes y suplicó: – ¡Por favor, vengan a comer la sangre del venado! Pero obviamente no obtuvo respuesta. Al día siguiente continúo con la búsqueda. Las mujeres le observaban desde arriba muertas de la risa al ver su desesperación. El hombre las vio y les pidió que amarrasen sus fajillas para que él pudiese trepar hasta donde ellas estaban. Cuando estaba a punto de llegar, la mayor de las estrellas les ordenó a sus hermanas que le dejasen caer por mentiroso. Así lo hicieron. En el momento en que caía el hombre se transformó en coyote, y así se quedó hasta ahora. Si hubiera logrado subir, sería una estrella más de las Pléyades.
Sonia Iglesias y Cabrera