Lorencillo era pequeño, blanco y rubito, parecía inofensivo, pero fue el azote de las costas de Campeche, Yucatán, Tabasco, Veracruz y Tampico. Se llamaba Laurens Cornelis Boudewijn de Graaf y había nacido en los Países Bajos en 1653. Después de haber sido un temible pirata, Lorencillo murió como apacible granjero en Mobile, Estados Unidos, en 1704. Como artillero de la Armada Española combatió a los filibusteros, pero más tarde se unió a ellos y atacó el Puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz el lunes17 de mayo de 1683.
Tal día, por la tarde, se vieron desde la playa dos barcos de vela con ochocientos hombres al mando de Lorencillo y de Nicolás Agramont, su cotlapache. En poco tiempo tomaron la Plaza de Armas y, en la madrugada el Puerto de Veracruz fue furiosamente asaltado: saquearon las casas importantes de la ciudad, llevaron a los ciudadanos a la Plaza y luego a la Catedral, ahí los despojaron de sus pertenencias, amenazándoles con explotar barriles de pólvora si no entregaban todos sus supuestos o verídicos tesoros.
Tomaron como rehenes a mujeres españolas y a algunos funcionarios públicos de la Corona, liberando a las criadas mulatas y negras. El botín obtenido por Lorencillo, consistió en mil arrobas (30 libras castellanas) de plata labrada, 1500 esclavos, lencería, grana, añil, joyas, harina, y mil mercaderías más de México y de España. La pérdida fue de 4000 000 de pesos. A cada jefe pirata le tocaron 6000 pesos, y a cada piratilla 600.
Enriquecido y feliz de sus desmanes, el 1° de junio partió Lorencillo en su nave después de haber dado muerte a cuatrocientos veracruzanos y españoles, y de haber perdido solamente 35 piratas. Este fue el primero de muchos otros ataques a las costas orientales de la Nueva España que lo convirtieron en una leyenda de la cual se habla todavía.
Sonia Iglesias y Cabrera.