Antes de la conquista hispana, en el mismo lugar que hoy conocemos como la Villa de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México, se reverenciaba, en la parte más alta del Cerro del Tepeyac -cuyo nombre significa en náhuatl “nariz” o “punta de la sierra”-, a la diosa Tonatzin, Nuestra Madre, quien simbolizaba las fuerzas femeninas de la fertilidad, y quien compartía esta característica con otras diosas a quienes los cronistas a veces confundieron con ella o la tomaron como advocaciones de la misma diosa. Entre ellas estaban Cihuacóatl, la Mujer Serpiente, diosa de la tierra que regía el parto y la muerte al dar a luz; Coatlicue, la de la Falda de Serpientes, madre de los dioses del panteón azteca, diosa de la tierra asociada a la primavera; Toci, Nuestra Abuela, corazón de la tierra y patrona de la medicina y las hierbas medicinales; finalmente, estaba Chicomecóatl, Siete Serpiente, diosa de las cosechas asociada de manera directa con el maíz, a quien los indígenas estaban eternamente agradecidos porque les había enseñado el arte de hacer tamales y tortillas, alimentos básicos en la dieta de los indios y de carácter sagrado, toda vez que se empleaban en casi todos los ritos y festividades del amplio mundo de los dioses.
Tonatzin era una diosa muy bella, de falda y huipil blancos; sus negros cabellos los peinaba a manera de dos cornezuelos que le quedaban a cada lado de la frente. Este hermoso peinado era imitado por las mujeres mexicas, pues era creencia común que así obtendrían una mayor fertilidad. En su advocación de Teteoinan, otro nombre de la diosa madre, presentaba los labios abultados con hule, en cada mejilla tenía simulado un agujero, llevaba un florón de algodón, orejeras de azulejo y mechón de palma; su alba falda se adornaba con caracoles, y sus sandalias eran de oro puro.
A esta múltiple diosa Tonatzin se le adoraba en un santuario del cual no conocemos con certeza cómo era. Sin embargo, dada la importancia que tenía, debió de haber sido de dimensiones considerables y ricamente engalanado. El Códice Teotinatzin, manuscrito pictográfico en papel europeo que data del siglo XVIII que perteneciera a Lorenzo Boturini, sólo nos informa de una serranía en cuya capilla, en la parte superior, podía verse la representación de dos diosas: Chalchiuhtlicue y Tonatzin, a las que ahí se adoraba. Fray Bernardino de Sahagún en su obra Historia General de las cosas de Nueva España nos informa que había un monte que se llamaba Tepeác, que los españoles llamaron Tepeaquilla, donde había un templo dedicado a Tonatzin y al que acudía gente de lugares lejanos a reverenciarla: … y traían muchas ofrendas, venían hombres y mujeres… y todos decían vamos a la fiesta de Tonatzin; y ahora que está ahí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe también la llamaban Tonatzin.
La fiesta se realizaba con ofrendas de muchas flores, tamales, tortillas, pulque, chocolate espumoso y copal, que depositaban los fieles en su altar. Asimismo, durante la celebración se ejecutaba música con la que todos bailaban, y se entonaban himnos en su honor, como el que a continuación reproducimos una estrofa:
Amarillas flores abrieron la corola:
Es nuestra Madre, la del rostro de máscara
¡Tu punto de partida es Tamoanchan!
A decir de fray Juan de Torquemada en su Monarquía Indiana, esta diosa tan querida solía aparecérseles a los indios en forma de una jovencita vestida de blanco, para revelarles cosas secretas. En este santuario, los frailes evangelizadores erigieron una modesta ermita en el año de 1528, con el fin de aprovechar los cimientos ideológicos ya existentes y contrarrestar la adoración a Tonatzin. En dicho templecito, que tomó el nombre de Ermita de los Indios, colocaron una virgen representada de bulto, exactamente igual a la española que se encontró a orillas del río Guadalupe y que se veneraba, desde principios del siglo XVI, en su santuario cerca de Cáceres en la región de Extremadura, España. La escultura de la virgen de la ermita mexicana fue sustituida por una pintura en fecha que nos es desconocida y que no tiene nada que ver con la impresa en el lienzo de Juan Diego. La virgen española, advocación original de la Virgen de la Concepción, fue la preferida del ambicioso Hernán Cortés, quien la ostentaba orgullosamente en sus pendones o banderines.
La leyenda de la virgen extremeña es muy similar a la creada alrededor de la mexicana. En ella se nos cuenta que al pie de la Sierra de las Villuercas, la Virgen se le apareció a un pastor llamado Gil Cordero, también conocido como Gil Santamaría de Albornoz, a quien su oficio obligaba a llevar a pastar su ganado a la campiña. La madre de dios le pidió a Cordero que hiciese los trámites necesarios a fin de conseguir que las autoridades eclesiásticas le edificasen un templo donde se la adorara. El pastorcito realizó lo encomendado por tan santa señora y la petición se cumplió satisfactoriamente. La ermita de Guadalupe se edificó sobre la casa de tal personaje. Hoy, el lugar se encuentra en la calle Caleros de la capital cacereña. Huelga decir que la guadalupana española se convirtió en la patrona de Extremadura y Reina de las Españas. Gil Cordero reposa en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, junto a históricos personajes de la nobleza española.
En cuanto al significado del vocablo Guadalupe, los filólogos no han llegado a un acuerdo unánime. Para unos quiere decir “río de lobos”; para otros, el nombre viene del vocablo árabe wad, río, y de la contracción del latín “lux-speculum, lo que daría “río de luz”. Para Jacques Lafaye, el término proviene del árabe guad-al-upe que significaría “río oculto” o “corriente de agua encajonada”; para los menos, el significado es “fuente del corazón, del juicio o de la médula”. Además, para algunos nahuatlatos la palabra Guadalupe podría derivar del náhuatl cuatlaxopeuti o cuatlalopeuh, cuya significación sería “la que pisotea o ahuyenta a la serpiente”, tal vez aludiendo a Quetzalcóatl. Sin embargo, esta última interpretación resulta bastante improbable. Lo que sí es un hecho es que se trata de un vocablo árabe que designa al río que corre cercano a la capilla de la virgen española, quien fungió como basamento evangelizador y llegó a sincretizarse con la Tonatzin indígena, para dar lugar a la Virgen de Guadalupe mexicana.
Sonia Iglesias y Cabrera