Yuntzilob, los patrones, llevan por nombre unos diosecitos fantásticos que han formado parte de la mitología maya desde los tiempos antiguos. Se han negado a morir, y aún se habla de ellos en la tradición oral de los mayas actuales. Los diosecitos yuntzilob poseen la capacidad y el poder de controlar los fenómenos naturales. Los yuntzilob son espíritus de aire, pero cuando lo desean se materializan en forma de viejitos pequeñitos, para pasearse por los campos y la selva. A ellos pertenecen las aves, especialmente las blancas; por lo cual los mayas las respetan, y nunca las dañan o las matan.
En atención a las funciones que ejercen, existen muchos tipos de yuntzilob: los Yuntzilob Balam son los encargados de proteger los cultivos, las personas y los pueblos; los Yuntzilob Chaac están dedicados al control de la lluvia y los fenómenos relacionados con el agua; y los Yuntzilob Kuil-Kaaxs protegen la selva. Pero su protección no es gratuita, pues los yuntzilob exigen que se les realicen ceremonias para brindar su ayuda.
Aunque a todos se les quiere y reverencia por igual, se considera a los Yuntzilob Chaac como los más importantes. Cuando Jesucristo lo ordena, vuelan por el cielo montados en caballos y producen la lluvia que llevan en una calabaza, el agua nunca se agota. Muchas veces la Virgen María los acompaña en sus cabalgatas; es entonces cuando se producen lluvias torrenciales que se recogen en canales subterráneos, y que llegan a depósitos que nunca se llenan y que nadie conoce. Estas terribles lluvias nunca perjudican a los seres humanos porque son benignas.
Entre los Yuntzilob Chaac existen jerarquías. La jerarquía superior la ocupan los Yuntzilob Chaak que habitan los espacios sagrados; es decir, los puntos cardinales. Ellos son los encargados de vigilar a los yuntzilob de la lluvia persistente, de los cielos barridos, de la llovizna, y de los cielos iluminados. Los Yuntzilob habitan las cuevas y los cenotes. Frecuentemente realizan reuniones para repartirse el trabajo de proporcionar el agua a los hombres. Cuando se reúnen, en la Tierra se producen tormentas eléctricas.
Sonia Iglesias y Cabrera