Mi nombre es Iztacxóchitl, Flor Blanca. Nací en la ciudad de Mexico-Tenochtitlan el día Ce-Tochtli del mes Izcalli, del año de 1505. Tengo diez y seis años de edad, y dentro de poco tiempo amarraré la punta de mi huipil a la túnica de Tlahuis, mi prometido. Desde que nací he sido preparada para el matrimonio, como todas las mujeres mexicas. Cuando yo tenía ocho años, Citlali, mi madre, me enseñó a moler el maíz en el metate, a amasarlo con agua, y a formar las tlaxcalli, nuestras tortillas, para después cocerlas en el comalli.
Mi madre, conocedora de nuestras tradiciones, me decía que las tortillas eran un alimento sagrado, un don de los dioses. Me contó que fue Quetzalcóatl, llevado por su infinita sabiduría y bondad, quien nos dio el maíz y el conocimiento para cultivarlo, ha muchos siglos atrás. Citlali decía que dada la importancia que el maíz tiene en nuestra alimentación, contamos con muchos dioses relacionados a él; por ejemplo, tenemos a Centéotl, el dios del maíz, hijo de Tlazoltéotl y de Piltzintecuhtli; a Xilonen, la Peluda, diosa del xilote, de la mazorca tierna; y a Ilamatecuhtli, la Princesa Vieja que simboliza el maíz seco y la tierra. Pero sobre todo tenemos a la maravillosa Chicomecóatl, Siete-Serpiente, la hermosa diosa que adorna su cabeza con una diadema de papel, viste huipil y falda pintados con flores acuáticas, y porta en una mano manojos de elotes; y en la otra, una rodela decorada con una flor. Chicomecóatl es nuestra diosa de los mantenimientos, patrona de la vegetación, y parte femenina del dios Centéotl, es la diosa de lo que se come y de lo que se bebe. Fue la primera divinidad que preparó exquisitos manjares para los dioses, y elaboró la primera tortilla que conocimos los mexicas, nuestro venerado pan de maíz, que cuenta con una existencia de mucho más de dos mil años.
Cuando era pequeña, Citlali me platicaba que la bella Chicomecóatl, la de la cara pintada de rojo, habitaba en el Tlalocan, el paraíso de Tláloc, desde donde bajaba a esperar que germinara el maíz, y a donde regresaba una vez culminado el milagro de la cosecha. Mi madre afirma y jura que existe un llamado Árbol de Chicomecóatl, conocido como el árbol del fruto infinito. En una época lejana, cuando los mexicas pasaban por una fuerte hambruna, se encontraron con un árbol repleto de frutas verdes, todavía no maduras. Tres días y tres noches los hombres y las mujeres le rezaron a Chicomecóatl sentados alrededor del árbol. Al tercer día, el árbol movió sus ramas, y cayeron a tierra muchísimas frutas maduras que se repartieron entre pueblo, salvándose así de una muerte segura. Desde entonces, se sigue adorando al Árbol de Chicomecóatl, y se le rinde pleitesía.
A nuestra querida diosa Chicomecóatl la festejamos en el mes Huey Tozoztli, Ayuno Prolongado. Para este tiempo, colocamos en nuestros altares caseros plantas de maíz verde, y llevamos los granos, que han de servir para la siembra, a bendecir a su templo, el Chicomecóatl Iteopan, situado frente al cu de Tezcatlipoca, en la Plaza Mayor de Tenochtitlan. En el templo, los sacerdotes le ofrecen en sacrificio a una muchacha cuya sangre, producto de su decapitación, se vierte sobre la imagen de piedra de la diosa, y cuya piel desollada viste el sacerdote ejecutor. En el mes Ochpaniztli efectuamos otra celebración dedicada a esta deidad. Los sacerdotes, vestidos con las pieles de los prisioneros cautivos sacrificados un día antes, arrojan desde lo alto del templo semillas a los participantes, mientras que núbiles doncellas engalanados sus brazos con coloridas plumas de quetzal, y sus rostros con brillante marmaja, llevan en sus espaldas siete mazorcas manchadas con ulli, hule derretido, y envueltas en sagrado papel. La más bella de las doncellas encarna a la diosa. Se la adorna con una pluma verde de quetzal colocada en la frente, símbolo de la espiga del maíz, misma que al anochecer, y junto con su larga cabellera, le serán cortadas y ofrecidas a la diosa, una vez que la muchacha ha sido sacrificada sobre los elotes que portaban las doncellas, como tributo para obtener una buena cosecha.
Nuestras tlaxcaltin tienen un diámetro de veintitrés centímetros y están sujetas a racionamiento. Los niños de tres años solamente comen media tortilla; los de cuatro y cinco tienen derecho a comer una entera; y llegando a los seis años, los pequeños pueden comer tortilla y media. Yo sé desde siempre que las tlaxcaltin se emplean en muchos ritos y ceremonias sagrados. Por ejemplo, nuestros sacerdotes efectúan un ayuno de carácter divino que dura cuatro años: comen a mediodía una tortilla chiquita y delgada, acompañada de un poquito de atole endulzado con aguamiel. Este ayuno se rompe los primeros días de cada mes, y los sacerdotes pueden comer lo que quieran, con el fin de agarrar fuerzas y continuar con el ayuno. También utilizamos las tortillas como parte de las ofrendas dedicadas a los muertos: se les entierra y se les ponen ofrendas de guisados, tortillas y tamales, a fin de que tengan con que abastecerse en su camino al más allá, al Inframundo; si el muerto es incinerado, sus cenizas se ponen en una vasija, y se le obsequia con ofrendas en los altares domésticos donde quedan depositadas.
He de precisar que hay muchos tipos y nombres para las tortillas que consumimos. Los señores importantes comen la llamada totonqui tlaxcalli tlacuelpacholli, que es una tortilla blanca, doblada y caliente; para el diario comemos la hueitlaxcalli, grande, blanca, suave y delgada, a diferencia de la quauhtlaxcalli, que es gruesa y áspera; la tlaxcalpacholli es una tortilla no tan blanca como las otras, sino cafecita; la tlaxcalmimilli, no es de forma redonda, sino alargada, en forma de memela; la tlacepoatli-ilaxtlaxcalli, tortilla muy fina hojaldrada, es la que más me gusta, pero sólo la comemos de vez en vez; la tortilla de bledos de masa amarilla, se emplea para colocar en las mejillas de la cara de las imágenes de los montes hechos con la masa llamada tzoalli, durante el décimo tercer mes Tepeilhuitl, es pues una tortilla ceremonial. Además, usamos muchos ingredientes para elaborar las tortillas. Citlali tortea unas muy sabrosas con xilote, la mazorca tierna; otras rellenas de chile molido, o de carne untada con chile; a veces hace tortillas con huevo de guajolote; de masa mezclada con miel; y una tortilla que cuece en el rescoldo. Hay otras tortillas que conozco se usan en ceremonias religiosas, como la ácima, de maíz seco no cocido con cal; y las tortillas que tienen forma de mariposa o de escudo, empleadas para las ofrendas de los guerreros muertos; y hasta hay una tortilla en forma de muñeca que me gusta mucho.
Sonia Iglesias y Cabrera