Cuenta una leyenda de Nuevo León que hace muchísimo tiempo una muchacha huachichil iba por el campo juntando frutas para sobrevivir el largo invierno que se acercaba. Se encontraba embarazada, pero no temía que el parto la sorprendiese sola y en pleno campo ya que, como muchas mujeres de su grupo, era capaz de dar a luz sin ayuda.
De pronto, la joven vio unos jicos de tuna; es decir, dos tunas pegadas como puede ocurrir con cualquier fruto o planta, cuando alguien se encuentra con este fenómeno de frutas cuates, la costumbre dicta que se debe regalar uno de los frutos a alguna persona, un amigo por ejemplo, quien debe hacer harina y con ella un dulce, ritual por medio del cual ambos devienen compadres. Así pues, la joven tomó una vara y trato de bajar los jicos de tuna, no pudo hacerlo y decidió bajarlos con la mano. Pero con la torpeza propia de su embarazo, la muchacha se cayó en la nopalera, en la cual permaneció medio muerta de frío y muy malherida, pues nadie la socorrió.
Ahí pasó toda la noche, hasta que al día siguiente unos cazadores la encontraron y la llevaron hasta su comunidad, a su casa, en donde no se encontraba el esposo ya que andaba de cacería. La mujer tenía en la mano las tunas jico. Ya muy grave, la chica dio a luz a dos niños, a dos gemelos, hecho que nunca había sucedido en el pueblo huachichil. Las personas del pueblo esperaban que el marido regresara pronto para ver qué se hacía con los pequeños recién nacidos, los cuales momentáneamente habían sido entregados a dos mujeres para que les amamantaran.
Sin embargo, el padre de los gemelos nunca regresó ni se supo qué le había pasado. Mientras tanto, en la comunidad había guerra, y los huachichiles peleaban contra los xi’oi, los pames. Para proteger a las mujeres y a los niños, los jefes los llevaron a sitios apartados y distantes unos de otros. Por tal motivo, las mujeres que criaban a los niñitos cuates quedaron separadas. Pasada la guerra se formaron tres grupos de huachichiles.
Tiempo después, los dirigentes de los tres clanes decidieron unirse en un solo grupo, a fin de fortalecerse ante el ataque de otros indígenas. Para que la unión fuese sólida el jefe de uno de los clanes ofreció en matrimonio a sus dos hijas para que se casasen con dos guerreros de otro de los grupos huachichiles. Como había mucha competencia, se decidió que las muchachas se desposarían con los jóvenes que llevasen las mejores ofrendas. Todos los pretendientes partieron en busca de los mejores regalos.
Al tercer día, los candidatos presentaron sus obsequios al padre de las doncellas. Al verlos no dudo, y escogió a dos jóvenes que habían traído, separadamente y sin habérselo propuesto, dos jicos de tunas, los cuales eran muy difíciles de encontrar. De esta manera los hijos de la joven huachichil que encontrara los primeros jicos de tuna, volvieron a encontrarse, para ya nunca más separarse. De ahí nació el aprecio que se da a los jicos en el estado de Nuevo León.
Sonia Iglesias y Cabrera