En el pueblo triqui de Tilantongo, Oaxaca, vivía una joven dulce, candorosa, pura y muy buena llamada Ita Andehui, Flor del Cielo. El huipil con que se vestía era sumamente hermoso, ella lo había tejido. Su casita estaba construida con paja y madera cerca de un arroyo.
En cierta ocasión en que la joven se encontraba sentada en una piedra observando la magnífica puesta del sol, vio venir por el camino a un bello y fuerte joven a quien llamaban Anon Nau. El muchacho había ido de cacería y traía un tigre en los hombros. Al ver a Ita Andehui, depositó al animal en el suelo, y se lo ofreció como regalo. La joven le pidió que se llevase al tigre para que, venida la ocasión hiciese con su piel un traje de Caballero Águila.
Después de observarse embelesados por un rato, cayeron en cuenta de que estaban profundamente enamorados. Al poco tiempo, el noviazgo se convirtió en matrimonio. Eran muy felices; sin embargo, Anon Nau tuvo que irse a la guerra, pues las tropas mexicas estaban atacando Coixtlahuaca, y el rey Atonaltzin había pedido la ayuda de todos los guerreros disponibles. Así pues, el joven esposo marchó a defender su territorio.
El tiempo pasaba y Ita Andehui dio a luz a Malinalli, lo que no logró consolarla del sobresalto en que vivía por su querido esposo. En una ocasión les llegó la noticia a la comunidad de que la tropa de Tilantongo había perdido a dos jóvenes guerreros muy distinguidos. Al escuchar la noticia Ita Andehui, y creyendo que uno de los muertos era su querido esposo, se desmayó y de su boca salían chorros de sangre, y en su ataque de angustia se rodó por el suelo hasta caer en un barranco.
Pero pasados unos días Anon Nau retornó al pueblo feliz y lleno de ilusiones porque volvería a ver a su adorada. Al enterarse de que había muerto, lloró gruesas lágrimas de dolor, y se lamentó de no haber muerto en la guerra si tan terrible tragedia le aguardaba.
En el colmo de la desesperación se subió a una roca que se encontraba en lo alto de un cerro y grito: – ¡Mi muy querida y dulce esposa Ita Andehui, te amo, y ahora que te encuentras en el más allá voy a reunirme contigo, para estar juntos en la eternidad! Dicho lo cual, se arrojó al abismo.
Cuenta la leyenda que desde ese momento, cuando sopla el viento, pueden irse en la roca gris, los lamentos y las palabras de desconsolado Anon Nau.
Sonia Iglesias y Cabrera