En la ciudad de Tampico, Tamaulipas, en la Calle de Galeana 1976, sucedió un terrible acontecimiento que se ha transformado en leyenda. En una casa situada en tal calle vivía un matrimonio que contaba con un hijo todavía pequeño. Todo marchaba a las mil maravillas para la familia, hasta que en cierta ocasión el niño se encontraba sumamente nervioso, inquieto y le cuestionaba a sus padres acerca de quién se encontraba en la azotea que lloraba todas las noches. Los padres, indiferentes a las preguntas angustiadas del infante, le respondían que no eran nada, que probablemente se trataba de un gato que maullaba en la azotea.
Pero el niño seguía muy nervioso y todas las noches se despertaba muy asustado por los llantos que oía, más el sonido misterioso como de una lata que fuese de un lugar a otro. Desesperado, les gritaba a sus padres, pero éstos con la mayor de las indiferencias hacia los sufrimientos y el miedo de su hijo, le ordenaban que siguiera durmiendo, se callara y dejara de molestarlos.
Una noche, los padres se despertaron a la medianoche al escuchar un espantoso grito de terror. El grito llegaba del cuarto del niño. Presurosos acudieron a la pequeña recámara donde dormía y no le encontraron. Lo buscaron por todos los rincones de la casa, y nada. Fueron a la policía para denunciar la desaparición, y ellos se pusieron a buscarlo por las calles de la ciudad sin resultados positivos.
En esas estaban cuando se dieron cuenta que de la azotea pendían un bote de un lazo. El padre subió a ver y se encontró que había otro bote justo encima de la recámara de su hijo; en ese momento, se dio cuenta que el pequeño se encontraba en cuclillas en un rincón de la azotea, con el cuerpo arañado y en la cara tenía un gesto de un miedo cerval. El chico estaba muerto.
Ante este hecho, los padres se cambiaron de casa. Pero a los pocos días se despertaron sobresaltados por el sonido de un bote que se movía en la azotea, y vieron a su pobre hijo al pie de la cama que decía: -¡Papá, mamá, me asusta mucho ese ruido de la azotea!
Sólo le vieron una vez. Sin embargo, cada año en el aniversario de la muerte del pequeño, los padres escuchan el ruido del bote y el desconsolado llanto de un niño que provienen de la azotea.
Sonia Iglesias y Cabrera