Los primeros cristianos evangelizadores aprovecharon la adoración que los paganos tenían a los árboles, para consolidar el mito del nacimiento y existencia de Cristo. Una leyenda nos cuenta que en 522, un monje inglés llamado Winfrido, convertido después en San Bonifacio, caminaba por los bosques pertenecientes al caudillo germano Gundhar, a quien deseaba convertir al cristianismo. Era una fría noche del solsticio de invierno en la cual el hijo de Gundhar iba a ser sacrificado al Dios de la Agricultura, Donar, bajo el gran roble sagrado. Cuando el sacerdote iba a asestar el golpe mortal, Bonifacio, de un solo tajo de hacha, derribó el árbol. Todos los asistentes callaron. Bonifacio, solemne y majestuoso, señaló un pequeño abeto, símbolo de la vida perpetua, y lo nombró Árbol del Niño Dios; e instó a Gundhar a celebrar el nacimiento de Cristo con obsequios y bondad, y no con asesinatos. El germano cortó el abeto y lo colocó en el gran salón de su palacio, para que todos pudieran admirarlo y así celebrar su conversión al cristianismo.
Existe otra leyenda que nos relata que Martín Lutero, monje alemán (1483-1546), una noche cercana a la Navidad paseaba por los campos cubiertos de nieve, cuando bajo el resplandor de la luna los árboles, totalmente salpicados de nieve, le mostraron los bellos destellos luminosos que de ellos emanaban. Lutero, impresionado, permaneció un momento silencioso y luego decidió regresar a su casa. Al otro día, muy de mañana, fue al bosque por un pequeño pino y lo puso en el interior de su hogar. En sus ramas colocó pequeñas velas que, al encenderse, semejaban el maravilloso efecto que Lutero viera en el bosque.
Una vez que la costumbre de poner un árbol navideño se arraigó entre los germanos, los niños y jóvenes adornaban un árbol y lo paseaban por las calles de su pueblo, para propiciar que la primavera apurase su llegada y volviera a renacer el verdor en los campos. Los jovenzuelos coronaban sus cabezas con flores y, llevando el árbol como bandera, tocaban a las puertas de las casas para pedir fruta y panes. Mientras tanto, los mayores se divertían bailando y libando alrededor de un gran árbol que se colocaba en el centro del poblado.
Durante la Edad Media, en Europa se festejaba la Navidad colocando en las casas ramas de boj, jengibre, abedul, encina y pino, árboles que nunca pierden su ramaje verde. Fue en Alsacia donde se implantó la costumbre de usar pino.
En 1600, en la población de Sélestat, Bajo Rin, situada en la ahora Alsacia francesa, se erigió un árbol navideño al que se adornó con manzanas y hostias -las cuales darían lugar, con el devenir del tiempo a las tradicionales galletitas de navidad, tan usuales en los países nórdicos- como adornos arbóreos. Un siglo después, las hostias se sellaban con pintaderas que representaban las imágenes de Adán y Eva, y fue en Estrasburgo, capital de Alsacia, donde, cinco años después, el Árbol de Navidad enriqueció su decorado con rosas de papel multicolor, que simbolizaban a las rosas de Jericó florecidas en la Navidad para que María caminase sobre ellas; figuras de azúcar, y finas hojas de metal dorado que simbolizaban el ruido producido por los regalos que los Santos Reyes obsequiaran al Niño Dios. Poco tiempo después, las fábricas de vidrio de Meisenthal, en Lorena, y de Turingia, Alemania, fabricaron bolas de colores para adornar los árboles.
En 1840, a petición de la duquesa Hélène d’Orleans y por influencia de las familias alsacianas, se colocó un Árbol de Navidad en el Palacio Real de las Tullerías, en París, Francia. En ese mismo siglo, la tradición llegó a Inglaterra cuando, desde su nativa Sajonia-Coburgo, la introdujo el príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria.
A los Estados Unidos de Norteamérica el Árbol de Navidad llegó en 1821. La costumbre se inicio en Lancaster, Pensilvania, llevada por un grupo de alemanes asentados en dicha ciudad. En un principio, los árboles se exhibían en lugares públicos y en los grandes almacenes. Más adelante, entraron a los hogares, en donde se les decoraba con figuras de papel brillante, manzanas, galletas y velas encendidas.
El árbol de navidad llega a México
De cómo y cuando llegó a México el Árbol de Navidad, existen dos versiones. La primera nos dice que a principios del siglo XIX, llegaron al país familias alemanas con el deseo de forjarse un capital en estas tierras. Celosas de sus costumbres, no quisieron perderlas, y conservaron la tradición de poner el Árbol de Navidad adornado. En tiempos del Imperio de Maximiliano de Habsburgo, iniciado en 1864, tal adorno llamó mucho la atención y fue ganando adeptos entre las familias mexicanas, pero pronto se olvidó la costumbre, a raíz de la muerte del usurpador.
La otra versión nos informa que, en 1878, el famoso general Miguel Negrete, acérrimo enemigo político de Porfirio Díaz y ministro de guerra durante la presidencia de Benito Juárez, colocó un árbol navideño en su casa por haber quedado muy impresionado con los que vio en uno de sus viajes a los Estados Unidos. El acontecimiento fue tan impresionante que fue descrito por la prensa: “El árbol sembrado de luces, cubierto de heno, extendía sus ramas a una gran distancia, y contenía como 250 juguetes, entre los que cada invitado tenía derecho a elegir uno designado por un número que de antemano se repartió; los objetos consistían en juguetes de muy buen gusto y aun de lujo”.
Sea cual fuere la versión verídica, el hecho es que actualmente la costumbre de poner árbol de Navidad ha sido adoptada por varios sectores de la población mexicana, sobre todo en las ciudades, donde las familias colocan el árbol, acompañado del tradicional nacimiento, adornado con esferas, foquitos y escarcha o con figuras de hojalata, trigo, pan y papel, para hacer más vistosa esta controvertida costumbre que ya cumplió más de cien años en México.
Símbolos del Árbol de Navidad.
El árbol en sí representa el Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y Eva, el Pecado original, y es el recordatorio de que ha llegado el Mesías para salvar a la humanidad. Es el Árbol de la Vida eterna. La forma triangular del pino hace referencia a la Santísima Trinidad. Las oraciones que se dicen durante el Adviento son de cuatro colores: el azul representa las oraciones de reconciliación, el color plata connota a las oraciones de agradecimiento, el oro simboliza a las oraciones de alabanza, y el color verde a la abundancia, la fortaleza y a la naturaleza. Se dice que la estrella que se coloca en la punta del Árbol, representa la Fe que guía a los cristianos, en recuerdo de la Estrella de Belén. Las esferas son el símbolo de aquellas manzanas que colocara San Bonifacio y que representan a las tentaciones a que está expuesto el hombre. Las luces del Árbol, que en su inicio eran velitas, simbolizan la luz de Cristo. Los lazos son los símbolos de la unión entre las familias y los amigos queridos.
Sonia Iglesias y Cabrera